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Miércoles 14/05/2025
 

Conil

Sembrar futuro, vendimiar cambio: Sancha Pérez, una finca, una bodega, una almazara

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica nacidos del alma inquieta de Ramón Iglesias Pérez en la campiña entre Conil y Vejer

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Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

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Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

  • Es un empeño personal, empresarial y casi filosófico, que hunde sus raíces en el respeto por la tierra, en la recuperación de lo que fuimos...
  • “Tanto el olivo como la viña, desde el punto de vista turístico, son muy atractivas, y su transformación más"
  • Sancha Pérez es una bodega y una almazara, sí, pero también un espacio de divulgación, de encuentro, de conciencia agrícola

Entre la costa atlántica y las ondulaciones suaves de la campiña que se deja bañar por la brisa que nace desde el océano que acaricia las playas de El Palmar y Castilnovo, donde el viento de poniente acaricia las vides y los acebuches se enredan con la memoria, hay un lugar donde el tiempo parece fermentar lento, como el buen vino. En ese punto exacto entre Conil y Vejer, frente a un horizonte que forja el salitre, Ramón Iglesias Pérez  ha levantado un proyecto que es mucho más que una bodega o una almazara: Sancha Pérez.

Estoy muy agradecido con aquellos restauradores, comerciantes y consumidores que están muy sensibilizados con la compra de productos de cercanía, aunque aún hay quien no se entera de lo importante que es para reforzar la economía local. En mi caso, el 80 por ciento lo vendo en la zona, en el kilómet

Es un empeño personal, empresarial y casi filosófico, que hunde sus raíces en el respeto por la tierra, en la recuperación de lo que fuimos y en la aspiración de lo que podemos volver a ser. Cultivo ecológico, transformación local, economía circular, kilómetro cero… pero también historia, formación, amor por el oficio y la ambición serena de ayudar a cambiar el modelo productivo de toda una comarca.

Este es el viaje de un vino que cuenta historias, de un aceite que sabe a verdad, y de una tierra que está encontrando, paso a paso, otra forma de latir.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Hay tierras que guardan en sus surcos no solo semillas, sino memoria. En el término municipal de Vejer y muy cerca de Conil, se extiende Sancha Pérez: una finca donde la vid y el olivo se cultivan como quien cuida una idea. Una herencia. Una forma de estar en el mundo. Ramón Iglesias Pérez, su creador, ingeniero industrial con larga trayectoria y conileño de nacimiento, lo explica con claridad: “La patria no es una bandera. La patria es la familia, los amigos, el pueblo donde uno nace, la comida que uno toma de pequeño, los sabores… lo que alimenta el alma más que el bolsillo”.

Sancha Pérez es hoy bodega, almazara, finca ecológica, centro divulgativo. Pero antes fue un sueño anclado en una tierra que Ramón nunca dejó del todo, aunque su vida profesional se desarrollara en Sevilla, desde donde, entre otros logros, impulsó el mayor Parque Industrial de Andalucía, el PISA, en Mairena del Aljarafe. “Siempre he sido empresario. Siempre he tenido vocación empresarial”. Durante años diseñó fábricas, colaboró con la mayor empresa de ingeniería del país, IDOM, lo que propició visitar con frecuencia a Bilbao. Sin embargo, nunca rompió el hilo que lo unía al lugar donde nació. “Mis hermanos y yo siempre hemos mantenido un vínculo estrechísimo con el pueblo. Veníamos todas las vacaciones. Cuando tuvimos oportunidad nos compramos una casa aparte de la de mis padres… Nunca he perdido esa vinculación. De hecho, hemos ejercido de conileños allá donde estuviéramos”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Del Conil de su infancia...

Nació en Conil hace 76 años, en un tiempo difícil. “El Conil de mi infancia no tiene que ver con el actual. Era un pueblo pequeño, con once mil habitantes donde había mucha pobreza… hablamos de la postguerra. Ni siquiera la plaza estaba asfaltada. No había agua corriente, ni saneamiento… ya os podéis imaginar el Conil aquel comparado con el de ahora, para que la gente se sitúe y es que muchas veces la gente protesta de esto y de aquello, pero sin duda eran otros tiempos”.

 Su memoria recorre una infancia marcada por la escasez, por una educación fragmentada entre colegios de monjas y aulas unitarias, y por un destino que a los diez años empujaba a los niños a elegir entre la mar, el campo o, en el mejor de los casos, los internados andaluces. Ramón eligió, gracias a sus padres, Tomás y Prudencia, y una posición económica más desahogada, el camino del estudio, se marchó a Sevilla, y desde entonces —aunque viviera lejos— supo que algún día volvería a sembrar en su tierra.

Y lo ha hecho. Hoy, en esta finca se cultivan vides y olivos con métodos ecológicos, se producen vinos y aceites de autor, y se ofrece una experiencia que conecta a los visitantes con la tierra, el tiempo y el trabajo bien hecho. En las visitas guiadas, que recorren los cultivos, el museo del olivo y la bodega, se explica cómo cada variedad —desde la Tintilla de Rota a la Arbequina— es tratada con respeto, sin prisas, con la sabiduría de quien entiende que “el campo era fundamental, aunque el secano, como en la tierra donde nos encontramos ahora, ha tenido muchísimo menos impacto que el regadío. Lo que ha determinado nuestra identidad agrícola es la zona de El Colorado, Barrio Nuevo, donde había una distribución de la tierra muy importante y donde se ha llevado a cabo una horticultura reconocida por todos.”

Ramón no solo cultiva viñas. Cultiva también la memoria de un pueblo. Recuerda cómo “Conil contaba con un acuífero impresionante que es el que nace en Puerto Real y que llega hasta el carril de la Fuente. Todas las casas contaban con pozos y servía para obtener agua potable. La gente iba a las fuentes a coger agua… algo que ha cambiado por el abuso de los químicos y eso se nota en la calidad de esas aguas”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Los vinos de Sancha Pérez reflejan ese cuidado por lo esencial, esa búsqueda de autenticidad. Tintos que nacen de variedades nobles como la Petit Verdot o la Merlot, blancos que combinan Palomino y Pedro Ximénez con frescura atlántica, crianzas que maduran en silencio en barricas de roble francés. Y aceites elaborados a partir de Arbequina y Picual, recolectadas a mano en octubre, molturadas en frío el mismo día, como se hacía antes, como se hace bien. El resultado es una producción limitada, cuidada, sincera.

En cada botella, en cada copa, en cada gota de aceite, hay algo más que producto: hay un relato, una vida, una vuelta al origen. La finca, dice Ramón, “está muy cerquita de Conil, pero también de lo que fue la vida de mi familia. Somos siete hermanos, aunque mi hermano Tomás falleció hace ya algunos años”. Y es también un homenaje. Un gesto de gratitud hacia una tierra que, pese a todo, sigue dando fruto.

 

Regreso a su tierra... a su patria

A veces, la vida da la vuelta completa, como una espiral que regresa al punto de origen con otra luz. Así ha sido para Ramón Iglesias Pérez y sus hermanos. “De hecho, Ramón volvió al jubilarse a su Conil natal. Volver no ha sido solo una cuestión geográfica, sino una forma de reconciliación con la memoria, con un paisaje que ha cambiado y una identidad que, pese a todo, resiste.

Ese regreso también implica mirar el presente sin nostalgia ni complacencia, con la lucidez de quien ha vivido dentro y fuera, y sabe reconocer lo que se ha ganado y lo que se ha perdido. “El turismo, sobre todo durante los primeros años, ha sido determinante porque aquí había mucha pobreza. El turismo creó empleo con el primer hotel, el Flamenco… Luego, gracias a que la gente de Conil tiene mucha iniciativa, fueron creándose hoteles pequeños y establecimientos de restauración… El turismo nos ha dado muchísima vida”.

Pero no hay luz sin sombra, y lo que fue maná se ha convertido en un desafío. “Así llegamos hasta hoy, cuando lo que había sido el sustento mayoritario de nuestro pueblo, empieza a ser un problema”. La reflexión que propone es crítica y honesta, sin alarmismos, pero con la urgencia de quien no quiere ver cómo su tierra se convierte en un decorado sin alma. “Creo que las sillas que tienen una sola pata suelen caerse. No puede ser que nuestros pueblos no es que dependan del sector servicios, es que dependen del subsector servicios vinculado al turismo de sol y playas. Ni siquiera hay un turismo monumental, de naturaleza, de experiencias… eso genera muchísimos problemas porque lo que antes era algo controlado se ha descontrolado”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

La transformación es tan profunda como vertiginosa. “No puedes tener una población que en meses pase de 23.000 a 90.000 habitantes pero con las mismas infraestructuras. Es un sistema depredador de territorios que afecta a muchas áreas, entre ellas el acceso a una vivienda”. El diagnóstico se vuelve especialmente crudo cuando se refiere a uno de los males más graves: la expulsión de los propios vecinos. “El otro día, hablando con la que quizás sea la empresa más importante del pueblo, me decían que de seiscientos trabajadores, solo viven en el término municipal de Conil menos de doscientos… Es un problemón. Un chaval que gane entre mil quinientos o dos mil euros no tiene opción a comprarse una vivienda en Conil, y además no se la alquilan ya que los propietarios buscan la rentabilidad del alquiler vacacional. Y se fomenta a su vez la economía sumergida”.

En su voz hay algo de incredulidad. “Era imposible imaginarse esta situación. Ni cuando era chico, ni hace veinte o treinta años. El verano pasado fue terrible. Había colas enormes en los restaurantes. No hay aparcamientos. Si esto sigue así nos van a poner un sello de zona no visitable, algo que ya está ocurriendo por ejemplo con muchos turistas alemanes que se van en junio para volver en septiembre. De hecho, ha habido años en los que la Guardia Civil, con toda la lógica del mundo, ha cerrado el pueblo… Es necesaria una reflexión y profunda”.

Esa reflexión apunta también a las consecuencias invisibles, las que afectan al tejido social, a la cultura laboral, al futuro. “Esa excesiva dependencia del turismo de sol y playa conlleva que cuando llega el 1 de noviembre el pueblo entra en depresión porque no puede vivir de un sector que cierra tres o cuatro meses en invierno. Menos mal que los grandes hoteles están alargando la temporada”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Pero no basta. Lo que está en juego es el modelo de vida, el tipo de sociedad que se está construyendo, la vocación de las nuevas generaciones. “Eso conlleva una secuela social que debería ser motivo de una mayor reflexión. Estamos creando una juventud terriblemente conservadora y poco ambiciosa profesionalmente. La estamos acostumbrando a trabajar ocho meses al año para luego apuntarse al paro hasta que vuelva el turista después de los carnavales. Eso, bajo mi punto de vista, está creando una mentalidad muy conservadora. Ocurre que los chavales que tienen formación, los buenos profesionales, los que tienen ambición y quieren avanzar, pues se nos van fuera”.

Y vuelve a mirar hacia su propia experiencia, ahora desde la gestión del proyecto Sancha Pérez. “Uno de los problemas que he tenido aquí es la falta de personal profesionalizado. Se nos van y te cuesta horrores encontrar gente con cierta formación en determinados sectores”.

 

Una propuesta, un proyecto

De ahí que Sancha Pérez sea una propuesta alternativa, una forma de demostrar que hay caminos posibles donde se combine tradición, sostenibilidad y valor añadido. Que se puede volver sin claudicar. Que se puede sembrar futuro sin renunciar al pasado.

El germen de Sancha Pérez ya rondaba por la cabeza de Ramón Iglesias antes incluso de abandonar la ingeniería. A veces, los caminos se abren cuando todo parece derrumbarse. La crisis del 2008 no solo arrastró a países y empresas, también obligó a muchos a reinventarse. Su firma de ingeniería, con 67 trabajadores en plantilla, estaba estrechamente vinculada al sector de la construcción. “Mi empresa tenía mucha vinculación con la construcción”, recuerda. “Entró en barrena y tuve que liquidarla ante la falta de actividad”.

Lo que vino después fue un punto de inflexión tan doloroso como determinante. “¿Qué hago, me voy al psiquiatra o me voy a mi pueblo?” se preguntó, y eligió la tierra frente al diván, el regreso frente a la evasión. Volvió al campo familiar, en el término municipal de Vejer pero tan cerca de Conil que casi se confunden.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

En un principio pensó que sería algo provisional. Pero el calendario avanzaba implacable. “Llegó 2009, luego 2010 con Zapatero diciendo que había brotes verdes, 2011…”. La realidad era otra. “Esto iba en serio y tenía que cerrar la empresa. Junto al gerente estuvimos liquidando a proveedores, trabajadores que llevaban conmigo 30 años… perdimos prácticamente todo el patrimonio. Fue horroroso, terrible”.

Sin embargo, “me puse a pensar en qué hacer con un terreno agrícola muy cercano a la movida turística. Quería algo innovador sustentado en dos sectores muy tradicionales como es el campo y el turismo”. Buscaba una idea que naciera de la tradición pero mirara al futuro. “Tenía que ser a través de cultivos que fuesen a su vez atractivos para el turista. Así que salió la triada romana… el aceite, el vino y el trigo lo descarté porque una harinera es muy costosa”.

Así nació el concepto de Sancha Pérez. “Tanto el olivo como la viña, desde el punto de vista turístico, son muy atractivas, y su transformación más. Una bodega y un molino de aceite tienen mucho encanto”. La idea era hermosa, pero convertirla en realidad no sería sencillo. “Era una gran idea, pero también muy ambiciosa y complicada a la hora de ponerla en marcha, más en una finca en la que no había nada, absolutamente nada”.

Pero Ramón Iglesias no es hombre que se amilane ante los desafíos. “Siempre he sido muy osado y también he creado muchísimas fábricas. La mecánica de montar negocios la conozco muy bien”.  Aún así, las dificultades llegaron, inesperadas, estructurales. “Una de ellas es la de encontrar personal porque en la zona no hay experiencia de producir la viña, el olivo y en ecológico. Es mucho más difícil desaprender que aprender. No hay forma de decirle a un hombre de 40 años que todo lo que ha aprendido no vale. Esto es otra guerra”. Al final, y con cierto desgarro, “desesperado, he tenido que traer gente de fuera… por ejemplo de Trebujena para podar y a castrar”.

Además, las trabas burocráticas no tardaron en llegar. “A pesar de no existir apenas una industria de transformación agroalimentaria en la comarca, lo lógico es que si llega un hombre ya jubilado y mete todos sus recursos aquí, las administraciones deberían ser más sensibles a la hora de darle cierta cobertura. Es una contradicción. Me he llevado tres años para legalizar esto”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

 Pero sigamos. Ramón no ha querido limitarse a cultivar. Sancha Pérez es una propuesta de desarrollo sostenible con vocación de abrirse al visitante, al entorno, al diálogo con el territorio. “No es solo cultivar y producir vino y aceite. El proyecto se centra en el enoturismo, en la realización de distintas actividades como catas de vino y aceite todos los días del año, porque una industria no cierra el 1 de noviembre, fiestas de la primavera, programas en verano alrededor de la vendimia…”.

Y, sobre todo, es una declaración de principios. Una visión crítica y constructiva sobre el futuro que se quiere para la comarca. “Es vital contar con industria en la comarca porque la silla debe tener al menos tres patas, no podemos depender de un subsector del sector servicios”.

Sancha Pérez se levanta así como un manifiesto tangible: vino, aceite y pensamiento. Tierra cultivada con manos curtidas, con cicatrices empresariales, con memoria campesina. Una finca que es también una alegoría: la de un territorio que aún puede elegir su camino.

Desde el principio, Ramón Iglesias supo que su proyecto debía ser distinto. Una idea que echara raíces en la historia agraria de la comarca, pero que brotara hacia el futuro con una vocación clara de sostenibilidad y atractivo turístico. “Pensé en innovar ligando turismo y campo. Y pensé en el aceite, que es nuestra seña de identidad, y en el vino. Evidentemente no pensé en cultivar remolachas. Pero es que además a esos dos cultivos pensé en darle valores añadidos como su transformación, el tema del ecológico, la realización de actividades ligadas a ambos y que ayudasen a hacerlos más atractivos para el turista…”.

 

Memoria y aprendizaje

Nada era improvisado. Había memoria en esa apuesta. “Cuando era pequeño en Conil había tres bodegas, y en Vejer también. La historia de las bodegas en la zona es muy interesante. En 1804 aquí había un montón de viñas. En Chiclana ni te cuento. Campano llegó a ser increíble ganando incluso en una exposición universal en Burdeos en 1830 un primer premio con una uva tinta. En Vejer, en 1706, cuando vino el Marqués de la Ensenada a visitar al Duque de Medina Sidonia, lo que le regala el Duque es un barril de tinto”.

La filoxera, aquella plaga devastadora que arrasó Europa a finales del siglo XIX, también marcó el destino de la comarca. “La abstinencia de cultivos en la viña se debió a la plaga de filoxera que afectó a la península en 1870, destruyendo todos nuestros viñedos. Pero esto siempre ha sido tierra de viñedos y un foco vinícola importantísimo en España”.

En cuanto al olivo, Ramón tuvo que mirar con otros ojos un paisaje que, aunque sin olivares visibles, estaba lleno de pistas. “Hay que tener en cuenta que nuestra comarca está repleta de acebuches, pero no olivos, ya que tradicionalmente se desplazaron a zonas menos fértiles del interior. Esta campiña, que era muy fértil, nuestros antepasados —que eran más listos que nosotros— la usaban para el cultivo de cereales como el trigo, garbanzos, etc”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Por eso, su propuesta fue, desde el inicio, contracorriente. “La gente decía que estaba loco cuando opté por estos cultivos, pero es que la historia está ahí”. Y con la historia como aliada, el proyecto fue tomando cuerpo. Primero en las 17 hectáreas familiares, luego con la incorporación de otras 7 de una finca vecina adquirida por un amigo. Hoy, Sancha Pérez suma 24 hectáreas de utopía convertida en tierra cultivada: “Ocho están dedicadas a la viña y unas once al olivo”.

El proceso es íntegro, artesanal y propio. “La única uva que no cultivo es la palomino, ya que es la que más se usa en Jerez y traigo la ecológica de Trebujena. El resto la cultivo aquí: la merlot, la petit verdot, la pedro ximénez, la tintilla… las cultivo, las proceso, las embotello, las etiqueto y las vendo. Todo el proceso al completo ocurre aquí. Igual que el aceite. Y todo en ecológico, porque a pesar de sus especificidades también le añade un valor”.

 

En ecológico o no hay futuro

Pero el ecológico, en su caso, no es una pose ni un gesto cosmético. Es convicción empresarial y apuesta estratégica. “Ya no es una cuestión ideológica como ocurría hace veinte o treinta años. Yo soy empresario y pienso que el ecológico es la solución, y quien no esté dentro de veinte años en ecológico se quedará en mercados marginales. Este año España ha adelantado al primer productor en ecológico que era Francia. Y Andalucía es el mayor de España con 20.000 productores. El futuro es ecológico o no hay futuro, al igual que ocurre en la zona con la necesidad de un cambio en el modelo productivo”.

La palanca de ese cambio, insiste, es la demanda social. “El consumidor cuenta con muchísima información y sabe que los tóxicos, que los químicos y que los pesticidas, son venenos y provocan enfermedades como el cáncer. Que a día de hoy aún se use el glifosato es un crimen.” Pero choca de frente con intereses enquistados. “Las grandes compañías de fitosanitarios como Bayer y Monsanto tienen tanto poder que son capaces de volver loco a cualquiera. Sus grupos de presión son terribles, pero eso debe desaparecer porque la demanda de ecológico es la que aumenta. Hasta las grandes bodegas se están comprometiendo a ello porque hay mercados que no admiten sus productos si no están certificados. No hay vuelta atrás y el que no se quiera dar cuenta lo va a pasar mal”.

Y más allá de los datos y los mercados, está la evidencia de los sentidos: el gusto, el olor, la memoria de la tierra que vuelve a hablar. “No se violenta la planta con químicos. Los limones saben a limón, las fresas a fresas…”. Y en esa frase cabe una revolución entera. Un grito manso pero firme. Una forma distinta de entender el campo y también el turismo.

 

Primeros vinos en 2011

La producción comenzó en serio en 2011, tras unos años de espera desde la primera plantación de viñas en 2008. Desde entonces, el crecimiento ha sido constante y medido, como la savia que asciende paciente por el tronco de un olivo. “A día de hoy estamos bien posicionados en el mercado. Hacemos productos de calidad y no de precios. La gente lo sabe. Nuestro producto no es de cantidad, sino de calidad. Tiene buenos aromas, buenos sabores y sin venenos”.

La bodega da vida a tres vinos blancos y cinco tintos, cada uno con su carácter, su acento y su territorio. Blancos jóvenes como el Palomino y el Pedro Ximénez, y otro con Sauvignon Blanc que aporta una frescura afilada y mineral. Pero si hay un ingrediente invisible que define estos vinos, ese es el paisaje. “El lugar donde cultivamos es muy importante. Hablamos de la campiña entre Conil y Vejer, frente a la costa, con el océano recortado en su horizonte…”. La influencia atlántica se cuela por cada racimo: la humedad, los días de poniente que templan el calor del sur, ese frescor salino que se filtra en la uva y la transforma. “Se nota mucho, sobre todo en los blancos. Sorprenden al consumidor. Les llama mucho la atención. Es un equilibrio perfecto”. Esa misma brisa que acaricia las parras, atraviesa también los olivares, aportando a los aceites un carácter singular, difícil de replicar.

Entre los tintos, destaca un sueño cumplido: la recuperación de la tintilla. Una variedad ancestral que desapareció con la filoxera y que Ramón rescató como quien devuelve a casa una parte perdida del alma. “Me hacía muchísima ilusión recuperar esa uva. Me fui a Jerez y corté un montón de sarmientos a un viticultor que la tenía para luego injertarla aquí. El vino que extraemos es excepcional”.

Todo esto lo ha aprendido sobre la marcha. “Me puse a estudiar. Por suerte tengo cierta capacidad para aprender y seguir formándome. Pienso que todo proyecto tiene que ser a base de esfuerzo y estudio”. Así, entre libros, cursos y muchas horas de campo, Ramón ha construido un saber que no solo sirve a su finca, sino que ilumina un modelo de vida. “Me apena ver el poco valor que se le da ahora a formarse. Yo me he pateado toda Andalucía para aprender y preguntar. Me he leído muchísimos libros e investigaciones relacionadas con estos cultivos y con la forma para procesarlos”.

El aceite, por su parte, se elabora a partir de arbequina y un poco de picual, una mezcla medida para equilibrar suavidad y fuerza. “El sabor más suave gusta mucho en el mercado europeo, uno de nuestros principales consumidores. Eso sí, con el tiempo me he dado cuenta que la arbequina es muy puñetera y la picual es como más fuerte desde el punto de vista agrícola, por lo que la he ido introduciendo”.

 

Producción y venta de cercanía

La finca es punto de origen y de venta. Allí se recibe al visitante, se le enseña el campo, los cultivos, el proceso, las variedades… y se cata. Así, el enoturismo se convierte en experiencia y en canal directo. “Vendemos un 40 por ciento desde la propia bodega”. El resto se reparte en cercanía: entre los pueblos de la zona —sobre todo Vejer y Conil—, donde cuenta con más de 50 puntos de venta entre tiendas y restaurantes. También en Sevilla, donde trabaja con un distribuidor. Y más allá, Europa, con Alemania como destino principal de vinos tintos y aceites.

El crecimiento ha sido prudente pero sostenido. Producen 25.000 botellas de vino al año. En cuanto al aceite, al ser cultivo de secano, el volumen depende por completo de la lluvia. Y, aunque las condiciones climáticas y las crisis no han sido pocas —sequías, pandemia—, Ramón agradece a quienes apuestan por lo local. “Estoy muy agradecido con aquellos restauradores, comerciantes y consumidores que están muy sensibilizados con la compra de productos de cercanía, aunque aún hay quien no se entera de lo importante que es para reforzar la economía local. En mi caso, el 80 por ciento lo vendo en la zona, en el kilómetro cero”. Porque el turista que llega a la comarca de la Janda no viene solo a tomar el sol: viene buscando sabor a tierra, a verdad, a identidad.

Sancha Pérez da trabajo estable a seis personas, aunque en época de recolección ese número se duplica. “Es un trabajo duro. Coger la aceituna es una paliza. La viña es algo más liviana, pero la aceituna es empezar y correr, porque hay que cogerla de golpe”. Cada uva tiene su ritmo. La Sauvignon Blanc se recoge a finales de julio. La Tintilla y la Petit Verdot, a mediados de septiembre. Y cada proceso, enológico o agronómico, se cuida con mimo y precisión. El blanco se obtiene prensando la uva entera desde el inicio; el tinto, dejando macerar el mosto con la piel para extraer aromas, color, textura, identidad. Todo ocurre dentro de la finca, bajo control estricto, porque “al estar en ecológico, la trazabilidad es importante. Si sacamos algún proceso fuera, nos podría crear problemas. Tenemos que controlar todo el proceso, desde el cultivo al embotellamiento, para mantener la certificación que supone unos requisitos muy específicos”.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

Y en esa seriedad hay también pasión. “Los productores en ecológico nos creemos la película, aunque sea por distintos motivos. Creemos y estamos convencidos de la importancia y el futuro del mismo”. A día de hoy, y pese a los obstáculos, Ramón se muestra satisfecho. Lo que era un sueño hoy es una finca viva, una bodega respetada, un nombre que suena en las cartas de los buenos restaurantes y en los paladares atentos.

No todo ha sido llano en este camino. Si hay algo que sigue exasperando a Ramón es el acceso a la finca. “Mi principal problema es con el carril. No puedo depender de que si caen cuatro gotas. Cuando llueve un poco, no se puede prácticamente acceder”. Y eso, en un proyecto que vive de recibir visitas, proveedores, de mover maquinaria, de transportar botellas y aceitunas, es más que un contratiempo. “A las administraciones solo les pido que nos faciliten el trabajo. Acepto las inspecciones. Esos controles son muy necesarios, y más en el sector agroalimentario”.

 

Otra forma de producir y de vivir

Si algo ha demostrado este proyecto es que otra forma de vivir, de producir y de cuidar el entorno es posible. “Este tipo de iniciativas deberían ser fomentadas. La industria es fundamental para dejar de depender de solo un sector”. Ramón lo tiene claro desde el principio. Cuando empezó, hizo una lista con todos los motivos que lo empujaban a crear Sancha Pérez. Está enmarcada en un cuadro colgado dentro de la bodega. Pero hay uno que entonces no se atrevió a escribir para no parecer pretencioso: “el motivo principal era ayudar a un cambio en el sistema productivo de la comarca”.

Y lo está consiguiendo. Porque Sancha Pérez es una declaración de intenciones, un motor de transformación. “No podemos depender solo del turismo de sol y playa. Basta con que llueva un poco para que se generen pérdidas tremendas. Yo vine aquí para hacer patria. Mi interés era contribuir al cambio de modelo productivo, y lo estoy modestamente consiguiendo”. A día de hoy, tres bodegas siguen su estela. Todas cuentan con su apoyo y experiencia. En algunos casos, incluso les elabora el vino. Y todas comparten la misma semilla: la necesidad de diversificar, de mirar hacia el interior, de cuidar la tierra y producir en ecológico.

“Quería ayudar a generar una reflexión a través de la industria. Me satisface saber que formamos parte del epicentro de una transformación. Mis nietos podrán decir que este proyecto tuvo su importancia. Que no estaba tan loco”.

La filosofía ecológica se extiende a cada rincón de la finca. “No usamos químicos. Es posible vivir sin tóxicos”. Usan compost animal y vegetal, promueven una biodiversidad rica y activa. “Tenemos frutales para aportar variedad aromática. Buscamos un equilibrio entre las plagas y sus depredadores naturales, que son los que propiciamos. Son nuestras tres palancas: biodiversidad, compost y suelos vivos”. Porque en esos suelos, poblados de lombrices y microorganismos, empieza todo y “es un volver a lo que hacían nuestros antepasados”.

Y puede que viniera “a hacer patria”, pero ha terminado haciendo algo aún más valioso: esperanza. Porque cuando la tierra se cuida, cuando se escucha su latido, cuando se fermenta el conocimiento y se embotella el respeto, lo que se obtiene no es solo un producto: es una forma de estar en el mundo. Y eso —como sus vinos y sus aceites— no caduca.

 

Sancha Pérez, tierra adentro

Sancha Pérez es una bodega y una almazara, sí, pero también un espacio de divulgación, de encuentro, de conciencia agrícola. Aquí se cultivan vides y olivares siguiendo principios ecológicos, con un profundo respeto por los ciclos naturales y por la tradición campesina. La finca recibe cada año a colectivos de lo más diverso —estudiantes, asociaciones, viajeros— con el deseo de abrir sus puertas al conocimiento y al disfrute del medio rural.

Las visitas guiadas comienzan con un recorrido entre hileras de cepas y ramas de olivo, donde se explican las variedades cultivadas y las técnicas de cultivo ecológico empleadas. No es difícil, en ese andar pausado, imaginar siglos de manos trabajando la tierra, de vendimias y cosechas que dieron vida a una economía local hoy renacida.

El recorrido lleva también al Museo del Olivo al aire libre, un jardín botánico en miniatura que reúne más de treinta variedades distintas, y al encuentro con un viejo e impresionante olivo centenario, de más de  cuatrocientos años, cuyas formas retorcidas parecen esculpidas por el tiempo. En la zona de frutales, según la estación, se pueden degustar higos, albaricoques o ciruelas recién cogidas. Todo invita a tocar, oler, probar.

 

La bodega y sus vinos

Los vinos de Sancha Pérez nacen de variedades seleccionadas con mimo: tintos de Petit Verdot, Merlot y Tintilla de Rota —esta última, una uva autóctona recuperada con orgullo— y blancos elaborados a partir de Sauvignon Blanc, Palomino y Pedro Ximénez. La vendimia es manual, en cajas pequeñas para no dañar la uva, y la maceración se realiza en frío, en busca de una mayor expresión aromática.

En bodega, los vinos maduran en depósitos de acero inoxidable y, en el caso de los crianzas, en barricas de roble francés. El resultado son vinos con carácter, elaborados sin prisas: desde el joven Petit Verdot 2020, vibrante y directo, al refinado Petit Verdot Crianza 2016, pasando por el elegante Merlot-Petit Verdot, todos comparten la misma raíz: la tierra de Cádiz trabajada con respeto.

El blanco Palomino–Pedro Ximénez 2018 destaca por su complejidad: aromas de frutas exóticas, toques minerales y florales, y una frescura que remite al mar cercano. Amarillo dorado, de acidez medida y final persistente, es uno de los grandes embajadores de la casa.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

El aceite: oro verde en frío

Del mismo cuidado nace el aceite. El Aceite de Oliva Virgen Extra Ecológico que aquí se produce combina las variedades Arbequina y Picual, recolectadas a mano en octubre, en su punto óptimo de maduración, y molturadas en frío el mismo día. Así se consigue un aceite puro, estable, rico en polifenoles y nutrientes. La producción se realiza sin pesticidas ni químicos. Las plagas se controlan de manera biológica y el suelo se enriquece con cubiertas vegetales y compost, generando un entorno saludable. Es un aceite vivo, con sabor, con textura, con memoria.

La visita concluye en la bodega, donde el vino y el aceite se vuelven experiencia sensorial. Dos vinos ecológicos, quesos curados, chacinas, aceitunas y pan con aceite de la finca componen un aperitivo que es también un resumen de la tierra.

Hay algo en Sancha Pérez que no se embotella ni se etiqueta. La manera de contar los procesos, en el paseo lento entre las viñas, en el brillo del vidrio donde se refleja el mosto nuevo. Es hospitalidad, es verdad rural.

Sancha Pérez: vinos, aceites y conciencia ecológica.

 

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