INTRODUCCIÓN. PRIMER PASEO.
Podría ser poético, quizá cursi, y decir que Jerez es la densidad etérea, el edén para pasear sin rumbo fijo, como un contemplativo flâneur, un diletante empedernido. Podría tirar de clichés y decir que es la fiesta, la desvergüenza, el tronío del flamenco. Podría perderme por sus calles y saber que la autenticidad acecha por sus rincones.Todo es verdad.
Aterrizamos en San Miguel y El Bujío nos recibe con el colorido de la informalidad. Buen comer y detrás de la barra simpatía y eficiencia. Nos regocijamos sin demora.
Es verdad que un recién llegado, cuando el optimismo le embriaga, todo lo observa con admiración.
Pero El Bujío tiene estilo, y un bohío cubano no es.
En la Abaicería Cruz Vieja podemos analizar cómo haciendo bien las cosas se puede retomar el sendero que nunca debimos abandonar.
El de la "tabernura", el de buscar las raíces como ellas buscan, sin rendirse, el agua salvadora.
Atuvera puede parecer un pastiche. Pues no. Lola las ilumina y ellas hacen honor a La Faraona con su frescura y su entrega absoluta a la simpar. Que el lugar incluso podría haber sido la taberna en la que el padre de Lola intentó sin fortuna salir de apreturas que muchos llaman miseria… puede ser. A quién no le gusta un buen chismorreo.
Desde nuestra atalaya en Atuvera, Lola revienta de sensualidad sobre el pedestal, en la estatua que atrae todas las miradas en la plaza. Preside. Ella domina.
Seguimos la ruta en el Tabanco San Pablo. Desde 1934, hoy es un lugar de vieja estirpe. No nos atrevemos con unos chicharrones de Cádiz, pero sí con unas banderillas apellidadas como la pelirroja, que lo fue por exigencias del guion.
Estoy hablando, por supuesto, de Gilda. El personaje que encumbró a Margarita Carmen Cansino. Rita Hayworth por más señas. La diosa del amor la llamaban y a finales de los años 40 era el sueño turbador de muchos hombres y algunas mujeres.
Ya cuando la luz declina tras los nubarrones, buscamos el rumbo hacia Santiago. La lluvia nos castiga por insensatos. Si lo sabes pa que te metes, Manolete.
Así que por el camino buscamos refugio junto a la muralla almohade de hace mil años. Eso nos refiere el camarero de La Moderna para hacernos ver que fotografiar carteles viejos es menos prestigioso. Miro de soslayo las piedras vetustas y vuelvo a retratar los rincones inverosímiles de las paredes de este templo de la jerezanía. El ambiente es local y es de agradecer. De amantes de los placeres. El mayor es, por demás, el de reunirte con tu gente y charlar.
A tiro de piedra está la iglesia de Santiago. Qué lejos con el agua cayendo a mares. Cuando ya nuestros calzados flojean frente a la fiereza de la lluvia. Cuando acercarse a la calzada significa riesgo cierto de que los coches te bañen sin escrúpulos. Cuando estamos de agua hasta los huesos y hasta las narices. Cuando todo eso pasa te das cuenta de que el momento no era el adecuado. La Freiduría de Santiago está adormecida. La miramos con curiosidad.
CASA PETRA.
Elegimos Casa Petra. Intuimos dónde entramos. Y, por supuesto, entramos. Los paisanos salen y entran, entran y salen. No paran de entrar y salir. Son adolescentes inquietos de sesenta y tantos pa´rriba. Se pican entre ellos, echan sus peleítas de palabra. A ver quién es más chulo o más ocurrente, más retador, más perdonavidas.
En cuanto entramos un parroquiano nos ofrece su sitio, su silla. Nos busca sillas. Es un anfitrión de libro. Y enseguida vemos que también es el mediador que un sitio así necesita. Es un abuelo travieso que quiere que todo vaya bien, que no haya mal rollo.
Pero en Casa Petra haría falta cinco árbitros así por cada mal encarao que entra.
Llega uno porfiando, con amenazas fanfarronas, de malote. Parece peligroso, pero es pequeño y viejo. No te engañes, me diría uno más avezado.
El dueño del bar le mete un revoleo, una atragantá. No se va a jugar el pan de su familia por un metepatas. El camarero tiene que ponerle en su sitio. Se merece lo que se lleva, porque está atacando su medio de vida.
Hay murmuraciones. Uno ha visto como le cogió del hombro y lo zarandeó contra la barra. Yo también lo he visto. Por eso me levanto y me acerco a la barra, con la excusa de pedir unas almendritas y estudiar el percal. Pa guipar la cara del tipo, entre malaje y acobardao. Para cotillear, vamos. Miro de reojo y controlo al malencarao. Sigue con el cejo fruncido, pero un punto de docilidad en el rostro, quietecito frente a su copa.
La conversación se reanuda. El tema recurrente es el de las fiestas y las trifulcas."Ha sío borracho, pero nunca la ha liao... Mira que mi padre tenía tela. Nunca le veí hacer na malo"
Otro intenta poner en su sitio al contrario de la mesa de enfrente. "Eres un sinvergüenza y un parlón. Un chivato no, peor que un chivato". El que acusa está aquí, dentro, fumando.Me choca y piensopero es la primera vez y no lo va a hacer más. No me lo creo ni yo.
A la vuelta vamos ya negros con la lluvia. Jartiiiitos de agua. Bajo el aguacero nos cruzamos con hombres que andan un poco perjudicados, con la sonrisa torcida, sin cobijo ni la mirada centrada. Me acuerdo de una bulería de El Torta.
Si empezamos por aquí al mediodía, cerramos el ciclo en El Bujío. Suena flamenco. Las luces son frías y las palmas redoblan y cardean. Voces de mujer, bailes de mujer. Fuerza. Coraje.
Todo termina y, ya sí, nos retiramos a nuestros aposentos.
SÁBADO DE MERCADO.
Tras La Plazuela, cambiamos de tercio. Me voy con mi mujer al redesayuno. Porque cuando è un mondo difficile e vita intensa una de las soluciones innegables es la de desayunar fuerte y al rato repetir.
En La Perla, junto al mercado, caemos de pie... y enseguida sentaos. Un hombre afable y galante nos cede su mesa. El camarero mete su pullita de humor: "si a este lo tenemos aquí de adorno...".
Entre los camareros tienen sus gentilezas y siempre hay un “Graczias” correspondido con un “Graczia Plena”. Además de zampar nos dedicamos a la observación de la naturaleza humana.
Entre los camareros se entienden bien y se mueven en una coreografía, realmente indescifrable, de ajetreo y palabras. Si uno saca un tema que puede llevar a discordia, el otro ataja pronto el riesgo. “Achanta… achanta”. Achanta la mui. Un antiguo compañero visita a los que aún pelean en el mundo tabernario. Todo son abrazos y parabienes. Creo que, puede ser, igual le perdona la cuenta. Otro anda con que si se ha cobrado tal mesa o no. “Yo llevo las mías”. “Pues eso”.
LA MODERNA.
Hoy no estamos dispuestos a que un comportamiento bisoño, absolutamente imperdonable, provoque otra mojada de Padre y Muy Señor Mío. Así que cada diez pasos, quizá algo más, hay que andar alerta y buscar refugio en un bar/taberna de prestigio y que nosotros, como clientes ansiosos, nos merecemos.
Así que, caminando por la calle Larga, de nuevo hacia Santiago, volvemos a La Moderna, porque algo dejó en nuestro corazoncito. Una carta de quilates nos recibe. Optamos simbólicamente por riñones al Jerez. Por favor, una tapita más, pero sólo de unte, dan ganas de proclamar, porque está deliciosa que no se pue aguantá.
Además, nos pedimos unas croquetas y también unos montaditos. Ella de anchoas, fuagrás y pimiento morrón y yo de mejillones, fuagrás y pimiento morrón. No nos confundamos: ambos son resultado de la aceptación de la feligresía diaria. La cerveza (aquí nos saltamos la norma enológica súper lógica) es de excepción y nunca falta rebosante en su vidrio porque los camareros están siempre al quite, con una eficiencia destacable.
Como tantas cosas en Jerez esto es cream de la cream.
Al fondo podemos ver un fragmento de paño de las murallas de la ciudad. La muralla construida bajo el imperio almorávide hace casi 1000 años (simbólicamente se considera el año 1133 como fecha de inicio de esta fortificación del Sheresh andalusí). Y lo digo porque es un atento camarero el que me tiene que apercibir de ello porque yo estaba más pendiente de fotografiar otros detalles más de taberna. “Hazle mejor la foto a ella” afirma. Yo la miro, con respeto, pero mi objetivo es más prosaico, lo tengo que reconocer. Esto fue ayer, pero también es hoy. Los déjà vu que a veces no me dejan.
EL ARRIATE.
Si el reclamo en este lugar son los guisos uno se calla, reza devoto, por ese altar sagrado que es la comida de olla y puchero, y se dispone, con diligencia y prontitud, a disfrutarla. Caen unos fideos con almejas. Yo estaba por las alubias, pero ¿te va´quejá?, ¿te va´quejá?
Como un objetivo de hoy es encontrar la peña La Buena Gente preguntamos a la buena señora, emperadora de la cocina del lugar, por tal peña flamenca. Un hombre se convierte en nuestro avezado informante. Ya no podré dejar de admirar su elegancia gitana y flamenca. Sus pantalones de pitillo, castellanos relucientes, gabardina de inspector Clouseau, pelo engominado bien planchado hacia atrás, gafas negras, camisa blanca. Un auténtico dandi solicito en el explicar.Su acompañante no es menos garboso. Su chaqueta, pañuelo rojo al cuello. Pantalones rojos. Clamando al viento que hoy es un día especial.
El Rincón del Chiri.
Gema Blanco atropellando con su voz cualquier atisbo de despiste. Al baile poderoso Luis Padilla. Al toque David de la Geroma.
Son los sonidos los que nos hacen atravesar las calles sin muchos miramientos para, directamente, sentarnos a disfrutar este rato de buenas bulerías.
Suena Capullo de Jerez en Casa Patas cuando nos vamos. Todo se conjura para seguir en éxtasis.
Boda bodegas León Domecq.
“Allí me colé y en tu fiesta me planté. Coca Cola para todos y algo de comer”. Una boda o algo parecido. Yo no estoy invitado. En cualquier momento me tocan en el hombro, lo sé. Con mi chaquetón de batalla y mis pendientes como que no. Aquí sólo hay “gente guapa” y de punta en blanco. Parece más un pase de modelos que una celebración en una rústica bodega, un antiguo casco bodeguero de la calle Justicia en el barrio de San Mateo.
Me invitan a un amontillado, médium, que está pa perder´sentío. Disfruto contemplando un mundo tan selecto en las formas como lejano en los fondos. Eso creo yo desde la cercanía física y la distancia metafísica. O quizá no. No busco conversación y eso, he de reconocer, que va en demérito mío.
SÁBADO DE BULERÍAS. PEÑA LA BUENA GENTE.
“Alegría, venga alegría, venga alegría.
Alegría, venga alegría, venga alegría.
Viene el gitano con sus bulerías.
Viene el gitano con sus bulerías.
El corazón se me encoge, la voz me tiembla.
El corazón se me encoge, la voz me tiembla,
cuando me miran tus ojos, gitana mía, tú me destemplas.
El corazón se me encoge, primita mía, la voz me tiembla.
…
Los colores morenos llevo metío dentro del arma.
Los colores morenos llevo metío dentro del arma.
El color de la aceituna, y el color de la luna
y la canela en rama.
Los colores morenos llevo metío dentro del arma”.
Colores Morenos, de Juan Moneo El Torta
Homenaje a Las Tatas (1). Nos viven pocas y se merecen lo mejor. En un reconocimiento reciben un mantoncillo de regalo, cada uno con su personalidad, cortesía de una socia que tiene ese buen hacer. Se guardan tres para las que no han podido venir. Porque ya no están para estos trotes, porque, aunque la bullería da fuerzas, la infinitud del horizonte es un juego engañoso de miradas esperanzadas. Y también se llevan lo más valioso que es el cariño sin tino de toda su gente… y de los que hoy también somos su gente incondicional.
Hoy se convive con la peña Tío José de Paula. Convivencia y jarana. Burlería y mucho camelar.
Para un aficionado, casi un enamorado, tan inexperto como yo no hay más opción que lanzarse sin red, entregarse e imaginar con cazarlas al vuelo. Ir más a los sentíos que a la razón y emocionarse y vibrar con los que mis sacáis creen ver, pero bien intuyen que están soñando.
Son pequeños terremotos que lanzan su onda expansiva, que conducen a locales y foráneos hasta las tropas de la bulería descarnada, llena de sangre y tripas. Visceral.
“Vamos a escuchar un poquito”, se grita cada poco. Aunque todos intuimos que el descontrol y el desvarío forman parte de la pócima mágica de lo irrepetible.
Tras un necesario descanso y un viaje al ambigú, le digo a mi compañera que va a empezar la segunda parte. Que ya se ven signos de esos que se llaman inequívocos. Ella desconfía: “tú no sabes lo rebelde que son los flamencos”. “A que voy yo y los pongo firmes”, y me río, y me callo.
La verdad es que mi intuición era la buena y pronto se arremolinan las buenas gentes en torno a la guitarra y a los jaleos y las caras resplandecientes, a las abuelas, a las bailaoras que sienten el calor de la candela que no hay. Todo el mundo se acerca a echar su pataíta.
Cantan y bailan como buenamente Dios orquestó en el orden celestial. Cómo el nervio va aflorando por barrios, salen personas de un rincón o de otro, cruzándose, casi chocándose en una coreografía perfecto del caos.
El nombre de la peña lo asocio, yo con capricho, a una letra que insiste en un “nadie se lleva nada”. Y hay que darlo todo aquí, en la tierra, más allá de las codicias y de las envidias.
Cantan tantos y tantas… y bailan, y de to. Entre ellos Macarena de Jerez y Joaquín El Zambo. Bailan gitanos y no gitanos,date cuenta, me destaca un asistente gitano. Yo, ajeno a esa posible polémica, escucho y callo.
La Yoya con su nieta y nieto echan ese baile que remueve las lágrimas y las risas. Es un espectáculo que nunca va a parar con estas ganas y este arte. El pasado, el presente y el futuro hablando el mismo idioma de los cantes jondos.
El gentío se arremolina y se remueve. La Gente transita porque el ambigú pilla poco accesible. Con las apreturas, uno exclama “si fuera maricón, estaría loco”.
Parece que todo acaba. Ya nos conducimos a ver el casco antiguo en la noche. Uno que llega me pregunta que cómo está ahora la peña. “Acaba de terminar el espectáculo”, le cuento, “está el ambiente de después”. “Ahí voy yo, ese es el bueno”. Y se va con su cría en los hombros y una sonrisa abierta. Parece que todo acaba cuando todo, seguramente, está por empezar.
TABANCOS.
Con la lluvia está claro que no todo el mundo ha decidido quedarse en casa en una tarde noche de “piyama y Netfli”.
Vuelta al Centro. Se nos cruzan las luces cálidas y de colores del teatro Villamarta, con un ambiente en sus puertas que te mueres, dando carpetazo a lo que nunca acaba, que es el flamenco en la Nueva Orleans del flamenco. En Los Jereles.
Tabanco El Pasaje. Otra ocasión de flamenco en directo. Más gente que eleva a los tablaos a una categoría de osadía con fuste. Aunque todo está reservado para cenas, el hueco para ver el espectáculo existe y democratiza el tabanco para los que llegamos a última hora. Unos vinos. Más vinos para degustar y dejar descansar las emociones del día en un paisaje muy flamenco, muy de taberna.
Freiduría Gallega. El Nuevo Jerezano. El nombre puede despistar. La excelencia de sus frituras no. Cazón, pescada, choco y chipirones. Todo más rico que la mar. Hasta los policías locales celebran la ocasión con sus cervecitas.
“¿Has visto el quilo de chocos fritos que se ha pedido esa parejita?” Y los dos pensamos lo mismo (¿cómo puede ser?), que ella le ha dicho que está embarazada y que tiene antojo de chocos. Y él va y le pide "namaynameno" que un quilazo. Para que vaya trabajándose la línea.
Tabanco La Pandilla. Una pareja, orgullosa de su lugar, nos cuenta. Lo de pedir con comandas, lo de a gusto que se está aquí. Y que tras años de cierre unos familiares, muy jóvenes ellos, han recuperado la esencia más genuina de este paraíso del ambiente de antigua bodega. De despacho de vinos. De tabanco.
DOMINGO DE MISA.
No queremos perdernos la catedral. Asistimos a misa cantada y con órgano. Misa con obispo y numerosos acólitos. Desde el ateísmo podemos recitar frase por frase cada oración mientras buscamos la espiritualidad en los tonos, en las piedras, en el recogimiento. En la esencia humana que es impalpable.
La lluvia no da tregua y ya nos tiene un poco despistados de más. Nos escondemos en el naranjal frente a la alcazaba, nos escapamos por El Molino y en el tabanco La Farmacia.
Tabanco La Farmacia. En este último un grupo de extremeños son abanderados por un jerezano viejo, elegante y buen contador. Cautivador y chispeante en sus sucedidos. “Compré un cabrales en Asturias y me lo comí en el polideportivo de Ciudad Real. No aguantaba el olor. Era un dos caballos y tuve que abrir un buen rato las puertas. Estaba riquísimo”.“A mí me cuesta la Viagra 14 con 28. Trae cuatro. Las parto por la mitad y tengo pa ocho polvos”.
Los castúos se ven sorprendidos por su guía … y por lo recio de los caldos. Olorosos o soleras, según la denominación de cada zona. Así que, sin miedo a escandalizar a los presentes, se los toman con casera. Se ríen sabiendo que no es lo que pega, pero que ellos y ellas ya llevan, también, muchos tiros daos.
SI TE VIENES, NOS VOLVEMOS.
Marchamos de Jerez sabiéndolo todo y no sabiendo nada. ¿Hay mejor invitación al insomnio?
LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA.
Para empezar por el principio hay que hacer una ilación de hechos un tanto curiosos.
Castaña Rock en Alájar. Festival cañero. Cola para mear. Conocemos, porque tenía que ser así, a Julio de Los Palacios. Nos relata las excelencias de su pueblo y por demás nos pone en un altar a la taberna Currón. Quedamos en contarnos más, pero de momento ese nombre se queda grabado. Currón, Currón, Currón.
Viaje a Jerez. Vuelta a casa. Parada en Los Palacios. A Currón (2). La taberna está remozada, pero aguanta su suelo hidráulico con las flores de diseños antiguos. Y lo más importante el espíritu inmortal sigue inmanente. Un ambiente de fiesta en un domingo cualquiera, porque la fiesta se lleva dentro. Las conversaciones son a pleno pulmón. Es que hay mucha alegría repartida. Al fondo hay una familia con una comilona. El plato estrella es la paella. Que no digan por ahí que sólo la saben hacer en Valencia”. Invitan, como es tradición, a todo aquel que more este santo lugar. Y, claro, a nosotros también nos toca disfrutarla.
La pared gusta tocarla. “Mortero con cal, pero como se hacía antes” me interpela el hijo del dueño, dueño y tabernero a la sazón del histórico lugar palaciego.
La cerveza la sirven en botellitas de cristal y en el trasvase al vaso de vinate no pierde ni fuerza ni temperatura. Ahora son reutilizadas, de las de agua. Pero antes eran de limetas de vino, de 37´5 centilitros. Cigüeñas les llamaban, por el gollete largo.
El camarero se está quitando y sólo se toma alguna de tarde en tarde. Se queja resignado de los momentos de conversación que son estruendosos. “A veces me tengo que tomar un ibuprofeno para aguantar a estos galápagos”.
José Antonio Currón opina que él viene ya aquí para entretenerse y disfrutar de las amistades y de la parroquia, que, en gran medida, es decir lo mismo. El médico me preguntó, cuando las dos trombosis, que si bebía. “Claro, yo estoy ahí, en la taberna, toh loh día, y me tomo veinte cervezas al día”. Pues eso es lo que le ha salvao, me dice. Y mi mujé:¡pa que le ha dicho eso!, ¡ahora se va a tomá sesenta!”.Y, por otro lado, afirma sin titubeos “a los camareros los emborrachamos los clientes”. Se nota que es experto en los derroteros que la convivencia tabernera nos puede deparar.
Ya nos íbamos, pero con eso de la penúltima tenemos la enorme suerte de departir con unos cuantos parroquianos de temas más cotidianos y otros más científicos. Son pinceladas de convivencia en escorzos casi imposibles.
Moto Rock. Una cosa lleva a la otra y no podría haber sido de otra forma. Entramos y suena La Frontera, y luego Loquillo y los Trogloditas, Leño, Barricada… todos son señales llegadas del cielo que truena. Buscando el hueco para llegar hasta Huelva sin que las lluvias nos vuelvan locos, conocemos este rincón que apenas acaba de cumplir un año.
Llegan las amigas y amigos del grupo The Donelles. “Swing, Soul, Rhythm & Blues, Rock & Roll, Motown...MUSIC!”. Eso dicen en su Instagram. Alegría de verles y penita porque nos tenemos que ir. Nos perderemos su show, que es una gozada que cualquier ser con sensibilidad y ganas de mover el esqueleto se merece.
EPÍLOGO.
Intento no ser turista y mucho menos guía de nada ni de nadie. Sólo pretendo, y para mí es un placer, cazar sensaciones y lanzarlas al viento.
PEQUEÑO GLOSARIO ROMANÍ, EN GITANO, CALÓ.
Sacáis ojos
Mui boca, lengua
Nasti no, nada
La cita de este año tendrá una connotación especial, pues en vez de una persona, serán varias y numerosas las encargadas de capitanear la cita, se trata de las conocidas cariñosamente como “tatas de Tío José de Paula”, peña que preside Joaquín El Zambo.
Desgraciadamente, son muchas las que ya no están por el paso del tiempo, desde Antonia María Vega o Dolores Chicharrona, Juana Pruni o La Majuma, La Martine o Manuela La Chicharrona, y otras quizás no acudan por problemas de salud, pero igualmente esta actividad servirá para recordar que todas ellas dejaron una impronta más que especial desde la sede de calle Merced del barrio de Santiago allá por los 90 y principio de los 2000. No hay que olvidar que la primera zambomba llevada al Teatro Villamarta por la Federación Local de Peñas fue la de estas mujeres, en el año 1999. Festivales, peñas y otros eventos contaron con la presencia de este grupo tan colorido y lleno de compás, junto a inolvidables como Ángel Morán, por entonces presidente de la peña,José Vargas El Mono o Curro de la Morena. Asimismo, en el año 2010 recibieron el Premio Ciudad de Jerez al Flamenco por la promoción que hacían de nuestro arte por distintos puntos de Andalucía y España.
(2) Taberna Currón.
https://www.abc.es/sevilla/provincia/20150708/sevi-palacios-taberna-curron-201507072102.html
Un lugar paradigmático donde poder disfrutar de este patrimonio inmaterial es, sin duda, la Taberna Currón, en Los Palacios. Ésta es de las auténticas y genuinas, de las que siempre tienen la misma clientela y en las que la relación entre tabernero y consumidor va mucho más allá de un simple servicio. Fundada en 1952 por Antonio Begines (actualmente regentan el negocio su hijo José y su nieto José Antonio), ha conseguido, sin perder ni un ápice de sus señas de identidad, atraer a gran número de jóvenes que comparten vivencias y anécdotas con los mayores, aprendiendo, los unos de los otros, doctrinas de la vida y obviándose por completo el salto generacional que a menudo dificulta la comunicación e impide el entendimiento en la sociedad actual.
'Ancá' Currón se puede compartir mostrador con el alma más pusilánime del globo, con el más dicharachero y con el que a las primeras de cambio se arranca a cantar un fandango en cuestión de segundos. Esta mezcla consigue una amalgama tan variopinta capaz de dibujar un ambiente muy especial.
Entre las muchas peculiaridades de este negocio destaca el hecho de que, pese a no estar prohibido, no entran mujeres salvo en contadas excepciones. Y es que hace setenta años fue creado como punto de encuentro de los hombres que acababan de terminar sus respectivas jornadas en el campo y apetecían degustar el mosto que allí mismo pisaba el propio Antonio. Hoy día se sigue respetando esa tradición.
También como en sus orígenes, tiene la particularidad de que no se sirve comida, solo altramuces, cacahuetes, aceitunas, aliño de papas y, desde hace poco, algo de chacina. No obstante, allí come todo el mundo. Son los propios clientes quienes llevan los alimentos.
A diario uno o varios grupos de amigos se citan en su patio para cocinar una paella o una barbacoa cuyos ingredientes han aportado ellos mismos. Los dueños apoyan estas iniciativas ofreciendo las paelleras o planchas que hagan falta sin cobrar nada, solo hay que pagar la bebida.