La semana pasada se aprobó el reglamento que permite retirar la acreditación parlamentaria a pseudomedios, agitadores e individuos del mismo pelaje que prostituyen el nombre del periodismo. La idea parte de dos premisas: evitar que estos mercenarios de la comunicación interfieran en el trabajo de los periodistas y que la sala de prensa del Congreso no se convierta en otro canal de propaganda para aquellos que viven de la mentira.
Sinceramente, celebro que este reglamento llegue por fin: la sede de la soberanía nacional no puede verse invadida por aquellos que sólo buscan un titular, un incidente provocado por ellos mismos, que condicione la opinión pública bajo la falsa premisa de una dictadura. Siguiendo con lo que he dicho en otras ocasiones, en una dictadura no tendrían posibilidad siquiera de llevar a cabo su actividad, toda vez que habrían sido reprimidos, purgados o quién sabe. Por otro lado, me entristece que haya hecho falta llegar a este reglamento para limpiar las ruedas de prensa de agitadores ultra.
La libertad de expresión es un derecho fundamental, sí. La libertad de prensa, también lo es. Sin embargo, ninguno de los dos justifica la vulneración del derecho de los ciudadanos a la información veraz. Dicho de otro modo, si una persona dice que llueve y otra que no, tu labor como periodista es abrir la ventana y contarnos si llueve; si en lugar de informar lo que haces es expresar opinión, no eres periodista (yo, por ejemplo, no lo soy), sino comunicador, opinador, columnista... llámalo como quieras.
Vito Quiles, por ejemplo, no pasa de ser un mero creador de contenido de ultraderecha. No informa, no cuenta noticias, sólo trata de generar odio mediante performances dentro y fuera del Congreso. Para colmo, mintió hasta con su supuesta fiesta de graduación como periodista: había acudido a una fiesta de graduación, se hizo unas cuantas fotos, pero sólo asistía como público. Patético. Bertrand Ndongo no es periodista tampoco. Básicamente es un tuitero afín a Vox al que han dado un micrófono. ¿Qué tienen Quiles y Ndongo en común? Básicamente, ser agitadores de ultraderecha, entorpecer la labor periodística de los medios y haber alentado las cacerías de inmigrantes en Torre Pacheco. A esta lista, podemos unir a Javier Negre: una vez expulsado del diario El Mundo por inventarse una entrevista que nunca se produjo, creó un canal de Youtube llamado Estado de Alarma (hoy EDA) que pretende pasar por medio de comunicación. También podemos nombrar a Rubén Gisbert, el que se arrodilló en el barro en la DANA de Valencia o se coló en una residencia de ancianos para hacer un vídeo al estilo REC.
Ahora puede que algunos me pongan a parir por decir esto. Dirán que es cuestión ideológica, que estos sujetos son periodistas valientes que incomodan al poder (Íker Jiménez los llamaría «periodismo libre ciudadano»). Sin embargo, la libertad de expresión no ha de ser excusa para inventarse el derecho a mentir. Crear bulos, como ya he dicho, vulnera nuestro derecho a recibir una información veraz, aunque algunos prefieran satisfacer su odio mediante noticias falsas antes de saber qué está pasando. Pero, partiendo de su premisa, estarían coartando mi libertad de expresión. Y además yo, al menos, sí estoy diciendo la verdad.