El tiempo en: Utrera
Viernes 13/06/2025
 

Desde el campanario

Turno para los maestros

Doña Socorro era esa clase de maestras inflexibles de la época que daba clases particulares y preparaba a los niños para el examen de ingreso

Publicado: 08/06/2025 ·
14:00
· Actualizado: 08/06/2025 · 14:00
Publicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

VISITAR BLOG

Hace un par de semanas tuve un recuerdo para aquellos estudiantes golfos de mediados del siglo XX. Hoy, aunque aún queda lejos la celebración del día del maestro, adelantándome al calendario quiero acordarme de ellos. Sirva para mi propósito la referencia de doña Socorro. Una profesora que daba clases particulares en su casa de la calle General Serrano esquina a Las Cortes, donde hoy se encuentra la clínica de dermatología Cabrerizo, allá por los años cincuenta, cuando el que suscribe pateaba las calles empedradas de La Isla con pantalones cortos y alpargatas de esparto. Daba igual que fuera verano o invierno; el pantalón corto era distintivo de infancia y hasta los catorce no te colocaban uno largo porque entonces las etapas del crecimiento estaban perfectamente delimitadas.

Doña Socorro era esa clase de maestras inflexibles de la época que daba clases particulares y preparaba a los niños para el examen de ingreso. Requisito obligatorio para acceder a los estudios de Bachiller. Como los colegios públicos estaban por inventarse y la economía de las casas no daba más de sí que lo justito para el potaje y comprar hilo para remiendos, la mayoría de niños sacaban la cátedra de Estudios Primarios y si te vi no me acuerdo. Que sabiendo escribir y las cuatro reglas era suficiente para entrar en la Escuela de Aprendices de la Bazán o en cualquier comercio de mandadero. Lo cual aseguraba un futuro más que halagüeño dadas las limitadas posibilidades profesionales de los chinorris de mis tiempos.

Doña Socorro recordaba en muchos aspectos a otra doña llamada Urraca, Aquel personaje de la revista Pulgarcito siempre de negro. Tanto en su indumentaria como en su humor. Una especie de harpía o bruja de cuentos de hadas trasladada a los tiempos de la posguerra española. De edad incierta, tenía un rostro en el que destacaba la nariz aguileña sobre la que descansaban sus gafas redondas. Los cabellos recogidos en un moño y su absolutismo tradicionalista, terminaban de darle ese aire característico a su personalidad.

Una de las principales tareas de doña Socorro, aparte de enseñarte a escribir correctamente amoto, amarrón o afoto, era inculcarte a ser un hombre de provecho. Algo que al parecer solo se les aplicaba entonces a las lumbreras relevantes que disponían de un título de lo que fuera, colgado en la pared y rubricado por el Generalísimo, a quién dios guarde con mucho celo.

¡Tienes que prepararte bien para que tus padres se sientan orgullosos de ti y para que las mujeres se rifen tu compañía! Esta era la letanía que repetía a cada momento a lo largo de las clases. Una retahíla recalcitrante que no cesaba en declamar día tras día como si no existiera mejor motivación que cacarear. Pero no creáis que esto lo decía doña Socorro sentadita junto a ti en el pupitre con el brazo por encima de tu hombro y una dulce sonrisa. Que va. Cada vez que doña Socorro te decía esto lo hacía de pie, frente a ti, instándote a levantar la cabeza porque la tenías gacha de vergüenza. Con la verruga erizada de pelos junto a la boca, la ceja izquierda a la altura de la frente, el dedo acusador a punto de metértelo en un ojo, el cuerpo inclinado cuarenta y cinco grados avante y tono de sargento de instrucción, doña Socorro apuntillaba las palabras al compás del movimiento de su índice. Tie- nes  que  es-tu-diar  de-re-cho. Y al decir derecho no se refería a la carrera jurista no. Se refería a que te sentaras en el banco con la espina dorsal recta y las rodillas juntas porque eso era de buena urbanidad.

Las clases las daba en una habitación con dos cierros abiertos a la calle en presencia de su padre enfermo. Un anciano de camisón blanco, barba quijotesca y semblante menguado a punto de abandonar este mundo, que yacía siempre inmóvil sobre un butacón relleno de crin vegetal porque la goma espuma ni se conocía por entonces.

Los grupos de alumnos eran pequeñitos. Ella decía que un profesor y un alumno ya formaban una clase. Yo más bien creo que lo hacía para tenernos bien controlados.

Lo bueno de aquellos profesores particulares es que eran menos represivos que los otros, porque del trato que aplicaran al alumnado, dependía en gran medida el censo de su clientela.

Sirva este recordatorio para todas las doñas Socorro que formaron a mi generación sin necesidad de reglazos ni tirones a contrapelo en las patillas como era práctica habitual en tantos docentes que sufrimos. Dicho sea de paso, no conocí ni un solo maestro o profesor, que en algún momento del día tuviera para los niños palabras de ánimo o detalles cariñosos. Yo llevo hoy a mis nietos al colegio, y tanto a la entrada como a la salida, siempre se les acerca algún docente a tomarlo de su mano y decirle cosas agradables. Esas que a los niños tanto les gusta y tanto bien les hacen en favor de su seguridad y su autoestima.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN