La lectura matinal es una cucharada de energía que tomamos cuando el silencio se deja romper por el canto de los pájaros, cuando el cielo se enciende y las sombras empiezan a desaparecer. Es un momento íntimo por donde pasean el humo del té y el sabor de la mantequilla sobre la pantalla de la Tablet, que espera mostrar la jornada por vivir. La modernidad le ha dado su lugar en la rutina al quedar huérfana de noticias en papel, por eso se muestra radiante al conectarla, incitándonos a acariciarla, a recorrerla con los dedos para elegir un titular.
Así apareció la regla 3-30-300, confusa y seductora a la vez. Su lectura despejó la incógnita con más facilidad que la primera ecuación algebraica del bachillerato. Se trata de la ideada por el investigador y educador holandés Cecil Konijnendijk para mejorar la salud mental de quienes vivimos en la ciudad. Consiste en que deberíamos ver tres árboles desde casa, vivir en un vecindario con un treinta por ciento de cobertura verde y a menos de trescientos metros de un parque o u otro espacio público de calidad. El psiquiatra José Luis Marín concluye en que si la nuestra no cumple esta regla, el riesgo de padecer malestar o sufrimiento psíquico puede multiplicarse por siete.
Sería ideal poder cumplirla, que vivir en estas condiciones estuviera al alcance de todos. Sin embargo, este bienestar urbano solo lo proporcionan la marcha, el paseo y la contemplación de las macetas. Verlas meciéndose con el viento, bailando bajo la lluvia o quietas mientras canta un mirlo, calma y hasta detiene el pensamiento.
La lectura del artículo (lavanguardia.com/bienestar/27-05-25) nos abre un espacio mínimo para llenarlo con preguntas, respuestas y una conclusión que nos lleva al poso que en nosotros ha ido dejando la lectura a lo largo de nuestra vida, rescatando las estampas descritas por Clarín, Baroja o Valle-Inclán, tan plásticas que se pueden tocar y también la contraria en un fragmento de Luvina de Juan Rulfo, donde el autor la describe como un lugar donde nunca verá usted un cielo azul. Allí el horizonte está desteñido, nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde donde descansar los ojos, todo envuelto en el calín ceniciento. Esta descripción rezuma desolación y tristeza, necesarias para valorar nuestro entorno y apreciar cómo puede influir en nuestra salud mental.
Intentemos cumplir esta regla en todo o en parte, desde la ventana, paseando o con macetas por nuestro propio bien. Y si no podemos, echemos mano a la imaginación, que con Tablet o sin ella siempre está dispuesta a ayudar. Como una madre.