En el último programa de La Pasión se analizó en profundidad el paso del Señor de Pasión, considerado por muchos la obra cumbre del orfebre Cayetano González. El historiador Manuel Jesús Roldán desgranó sus valores artísticos, catequéticos e iconográficos, subrayando que “funciona como obra de arte tanto en conjunto como en cada uno de sus detalles”.
Roldán apuntó que, si hubiera que ponerle un único pero, sería “la falta de luz, condicionada por el uso de faroles, excepcionales en lo artístico pero poco funcionales”. En este sentido, recordó que en los pasos de Nazareno se ha optado tradicionalmente por los faroles, cuando los candelabros de guardabrisa u otras soluciones ofrecían más funcionalidad. Destacó que el paso de Pasión cumple lo que hoy se exige a cualquier obra artística: “Debe funcionar en el conjunto y en el detalle”. Explicó que cada capilla lateral o frontal es una obra de arte por sí misma, al igual que ocurre en la cartelería contemporánea que se adapta a diferentes formatos sin perder calidad ni mensaje.
En el canasto, el paso desarrolla un programa iconográfico de gran complejidad. La capilla frontal representa el Triunfo de la Eucaristía, con figuras de San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, San Jerónimo y San Agustín. En la parte trasera, la Virgen de la Merced alude al origen mercedario de la Hermandad, con santos como San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, además de la figura de un cautivo. El lateral izquierdo muestra la Transfiguración en el Monte Tabor, en referencia directa a la sede de la hermandad, la iglesia del Salvador, cuyo retablo mayor desarrolla el mismo pasaje. En el derecho, la Exaltación de la Cruz cierra el discurso catequético. Las esquinas están presididas por los cuatro grandes arcángeles: Miguel, Rafael, Gabriel y el Ángel Custodio.
Los respiraderos añaden un segundo nivel simbólico: en el frontal, el escudo de Sevilla; en la trasera, el de la Archicofradía de Pasión; en el lateral izquierdo, Santa Justa y Rufina, y en el derecho, la Virgen de los Reyes. Todo ello acompañado de un apostolado completo y pequeñas cartelas con alegorías como la fortaleza (yelmo y coraza), la templanza, la prudencia (espejo) o la justicia (balanza).
Para Roldán, todo este conjunto evidencia la mano experta de Cayetano González y su capacidad para elaborar “un programa iconográfico complejo, pero perfectamente comprensible”, que mantiene su vigencia estética y catequética décadas después de su ejecución.