James Gunn apuesta por los valores eternos de Superman

Publicado: 25/07/2025
La elección de James Gunn como director de esta nueva etapa en torno al mejor superhéroe de todos los tiempos destaca más por el fondo que por las formas
Superman es el mayor superhéroe de todos los tiempos. El personaje creado por Joe Shuster y Jerry Siegel a finales de los años 30 lo tiene todo: es guapo, fuerte y vuela. Las dificultades técnicas relegaron su primera adaptación cinematográfica a 1978. El Superman de Richard Donner con Christopher Reeve sigue siendo el mejor de todos, aunque en el plano cinematográfico la segunda parte superara a la primera.

Los posteriores intentos por recuperar y actualizar al personaje dieron resultado en taquilla pero suponían una pequeña traición para los seguidores del hombre de acero. Ni la versión de Bryan Singer, ni las de Zack Snyder, pese a los avances tecnológicos, ayudaron a olvidar la adaptación original, más preocupadas por igualarse al universo Marvel que por responder al espíritu vitalista y familiar de las tres primeras entregas con Reeve de protagonista: no es tanto que para varias generaciones no haya otro Superman posible como el que encarnó él -ocurre igual con los 007 de Connery-, como que las nuevas versiones resultasen más oscuras, siniestras, dramáticas y hasta existencialistas, y, en el fondo, cansinas, a semejanza de la mayor parte de las producciones de la competencia, salvo las contadas excepciones de Guardianes de la Galaxia, X-Men y las primeras entregas de Ant Man y Deadpool.          

No es casualidad, por tanto, que el director elegido para esta actualizada relectura del súper hombre llegado de Krypton haya sido James Gunn, responsable de la trilogía de Guardianes de la Galaxia, en la que primaba el sentido del humor y cierta dosis de nostalgia por encima de la espectacularidad.

Ese tono es el que ha sabido recuperar Gunn para este nuevo Superman, en el que, por otro lado, resulta más interesante el fondo que la forma. Lo de la forma es evidente, porque el rival de Clark Kent sigue siendo Marvel, no Lex Luthor, y la película se rinde a lo que el público mayoritario parece que exige para llenar las salas de cine: mucha acción y mucha destrucción.

Todo lo peor de la película tiene que ver con esa faceta -desde la risible “banda de la justicia” (casi parodia de la parodia de Los increíbles), hasta esa Metrópolis partida en dos o el engendro que aterroriza a la ciudad-.

Pero es mucho mejor lo que nos ofrece de fondo. En primer lugar, la reivindicación de los valores eternos que siempre hemos vinculado al hombre de la capa, como defensor de la justicia y las buenas obras. Y, por supuesto, esa intencionada y premonitoria relectura, a la luz del presente, de las causas por las que está dispuesto a luchar en su defensa de la paz en el mundo y en contra de los tiranos, ya estén al frente de una poderosa corporación o de un gobierno corrupto.

Gunn se rodea, asimismo, de un convincente reparto -especial acierto en la pareja protagonista-, aunque condicionado por la propia acción, ya que la presencia de Clark Kent es casi residual y hay secundarios como Wendell Pierce reducidos a comparsas, mientras que el Luthor de un buen Nicolas Hoult queda muy lejos, por su concepción, del de un más sarcástico Gene Hackman.

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