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Jueves 01/05/2025
 
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El Puerto

Carta abierta de “El Puerto para Vivir” sobre la motorada

Dirigida a la ciudadanía El Puerto para que “repensemos colectivamente cómo entendemos este evento y evitar que se repita la ciudad sin ley"

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  • Dispositivo Motorada. -

“Desde la Plataforma El Puerto para Vivir, un colectivo ciudadano independiente que defiende una ciudad más habitable y sostenible, queremos dirigirnos a las vecinas y vecinos de nuestra ciudad, para reflexionar juntas y juntos sobre los efectos perjudiciales que tiene el evento anual de la motorada en nuestra ciudad. Año tras año, durante ese fin de semana de motos, nuestras calles se convierten en escenario de ruidos ensordecedores, maniobras temerarias y un desorden que ya no corresponde a los tiempos actuales. Este comportamiento propio de otra época no se alinea con el derecho que tenemos todas las personas a disfrutar de un espacio urbano seguro, saludable y habitable.


Ruido, quema de ruedas y una falta total de seguridad. ¿En qué época vivimos?
En estas jornadas de motorada, El Puerto se ha vuelto a transformar en una “ciudad sin ley” donde muchos motociclistas han realizado caballitos de forma constante, han quemado rueda en cada calle, se han destruido numerosos elementos de nuestros espacios públicos y existía una competición sin nombre para ver quién era el más ruidoso y hasta dónde llegaba el estruendo de sus motores. Cada día nos hemos levantado con numerosas zonas llenas de plantas destrozadas, marcas de rueda por todas partes, basura hasta en las medianas y numerosos destrozos que luego pagaremos entre todas y todos. Todo esto es ilegal y cada rincón de la ciudad retumba con el rugir de miles de tubos de escape, día y noche. Lo que algunas personas consideran “espectáculo” – esos derrapes y explosiones de escape – provoca que niños y niñas se tapen los oídos asustados por los aullidos de los motores y supone un enorme problema para personas neurodivergentes, mientras el aire se impregna del olor a goma quemada. La quema de ruedas es uno de los elementos más contaminantes de los vehículos a motor, y los ruidos, que ya en El Puerto superan, según el Instituto Global de Salud de Barcelona, los niveles permitidos por la OMS, agravan aún más la situación.
No se trata solo de molestias sonoras: se están poniendo vidas en peligro. Este fin de semana hemos visto a personas temerarias haciendo caballitos, acrobacias e incluso carreras ilegales en avenidas principales, ante la inacción policial en muchos casos, lo cual pone en riesgo a los demás conductores, conductoras y peatones. Muchas personas de El Puerto hemos dudado en salir a pasear por miedo a ser atropelladas o a sufrir acoso por parte de moteros. Las madrugadas se hacen eternas para cada barrio de la ciudad: vecinas y vecinos llevan años quejándose de las molestias hasta bien entrada la noche – el insomnio, la intranquilidad – causadas por este descontrol. No podemos normalizar que la fiesta de unas pocas personas convierta nuestra ciudad en tierra de nadie donde las normas de seguridad vial se suspenden y el descanso no tiene valor. Estos comportamientos eran quizá tolerados décadas atrás, pero hoy, en pleno siglo XXI, resultan inadmisibles en una ciudad que aspira a ser moderna y respetuosa con la calidad de vida de su gente.


El viejo argumento económico ya no convence
Durante mucho tiempo se nos ha dicho que “la motorada trae dinero a El Puerto”. En parte sigue siendo cierto y nadie pone en duda que algunos negocios de hostelería y hoteles hacen su agosto ese fin de semana: no falta quien señale que el evento es “un balón de oxígeno para los empresarios locales”, pues les permite “hacer caja” de cara al verano. Sin embargo, debemos cuestionar seriamente este antiguo argumento económico. ¿A costa de qué logramos esos ingresos? No se puede justificar el beneficio de unas pocas personas a costa de convertir la ciudad en una ciudad sin ley. Por mucho que ganen bares o discotecas en tres días, ese ingreso puntual no puede traducirse en dejar vendido toda una ciudad, anulando las normas que el resto del año todas y todos cumplimos. El derecho al descanso, a la seguridad y a la libre movilidad de la ciudadanía no tiene precio, y ninguna ganancia económica debería anteponerse a estos derechos básicos.
Además, incluso si miramos el aspecto económico con lupa, vemos que los beneficios hoy en día son menos palpables que antaño, donde el actual modelo de turismo de vivienda vacacional ha derivado en visitantes de estancia breve, consumo mínimo local y fenómenos de botellón. Y no olvidemos que el dinero que entra por un lado puede salir por otro. ¿Cuánto nos ha costado este fin de semana a las portuenses y los portuenses? ¿Cuánto dinero público se ha despilfarrado en este evento? Es importante recordar que hasta ahora, la Junta de Andalucía ha pagado 5,3 millones de euros por temporada desde 2023 a 2025 para mantener la celebración del evento en Jerez y prevé pagar el doble, cerca de 12 millones de euros por año, para los próximos años. Eso sin tener en cuenta, a nivel local, lo que suponen los costes extras de limpieza, de reparación de daños urbanos, de refuerzo policial y sanitario, así como el posible espanto de otras personas turistas o visitantes familiares que huyen ese fin de semana; costes difíciles de calcular pero muy reales.
El Puerto de Santa María puede y debe aspirar a un modelo de ciudad más sostenible y centrado en el bienestar colectivo, un modelo en el que la prosperidad económica provenga de la calidad de vida, el turismo sostenible y la cultura, y no de eventos ruidosos que nos dejan más perjuicios que beneficios.
Además, debemos preguntarnos seriamente: ¿de verdad todo puede medirse únicamente en términos económicos? El argumento económico domina todos los debates políticos y, hasta ahora, ha parecido prevalecer. Sin embargo, hay realidades que escapan a los números:
¿De qué sirve que un evento traiga ingresos si, al mismo tiempo, genera un enorme deterioro del bienestar colectivo? ¿Vale todo por el dinero? ¿Vale un empleo temporal de cuatro días en hostelería o limpieza, mientras se precarizan servicios esenciales como la sanidad o la educación pública? ¿Es justo que quienes disfrutan de los beneficios —propietarios de hoteles, pisos turísticos y restaurantes— no sufran las molestias y los costes que, en cambio, recaen sobre el conjunto de la ciudadanía?
Durante estos días, las calles dejan de ser espacios de todas y todos para convertirse en espacios invadidos: suciedad, botellones, tráfico imposible, ruidos que cruzan incluso las paredes privadas. Quienes pueden permitírselo, se marchan; quienes no, deben resignarse a sobrevivir en su propia ciudad alterada. El espacio público se privatiza temporalmente en beneficio de unos pocos, mientras el coste de la limpieza, la reparación del daño urbano y la pérdida de calidad de vida se socializa entre toda la población.
El discurso que se nos ofrece no es “realismo económico”, sino la expresión de los intereses de una minoría privilegiada. Y al mismo tiempo, oculta la realidad, incluso económica, de quienes verdaderamente sostienen la ciudad día a día.


Un vistazo a España y al mundo: otras ciudades han encontrado alternativas
La reflexión sobre Moto GP suele ser enfocada a cuestiones identitarias. “Ellos” son ruidosos, peligrosos…  y a “nosotros”, no nos gusta y nos molesta. Pero realmente, el problema no es que algunos sean aficionados de moto GP, sino que estas prácticas están enfocadas desde un marco económico, el del turismo de masas, basado en el desgaste de nuestro entorno, y un discurso político que no plantea ni permite el debate. Parece que la única alternativa es permitir o prohibir. Efectivamente prohibirlo todo suena mal. ¿Pero es esa realmente la única manera de gestionar la situación? ¿No se puede mantener el evento, respetar la ley, centrarse en el bienestar de la ciudadanía y no
generar tanto desgaste? 
Lejos de quedarnos en la crítica, conviene mirar ejemplos positivos de otras ciudades, en diversos continentes, que han transformado eventos similares o han implementado alternativas más sostenibles, seguras y compatibles con la vida urbana. Estos casos demuestran que es posible cambiar el rumbo y organizar celebraciones del motor o del transporte de forma diferente, sin sacrificar la convivencia ni el medio ambiente:
•    España: en El Puerto tenemos también una fantástica asociación que reclama la recuperación de la vela latina, los barcos de madera históricos de nuestra Bahía. Entre sus propuestas está la de crear un evento de gran escala de vela latina, similar al famoso Pasaia Itsas Festibala de San Sebastián o la Copa del Rey de Barcos de Época de Mahón. El Puerto se identifica infinitamente más con el mar que con ruedas quemadas. Debemos reconectar con nuestra esencia: somos una ciudad de mar, de cultura viva y de calles abiertas, no de humo y estruendo. Imaginemos las oportunidades que eso brindaría a nuestra ciudad. Además, existen muchos más ejemplos: en Torremolinos se celebra anualmente el Día de la Bicicleta y del Patín, y en Zaragoza el Zaragoza is Bike: Festival de Culturas Ciclistas, con un sinfín de actividades, conciertos y talleres alrededor de la bicicleta. A ello se suman eventos ligados a la cultura que hemos perdido o no hemos aprovechado, como el Monkey Week, el festival cultural Diáspora o la existente y poco respaldada Fiesta de los Patios.

•    Europa: en numerosas ciudades europeas se está viviendo una transformación cultural hacia la movilidad sostenible y el respeto al entorno urbano. Un ejemplo destacado es Bruselas (Bélgica), que cada año celebra un Día Sin Coches de alcance metropolitano. En esa jornada, se prohíbe totalmente la circulación de vehículos a motor en un área de 161 km², permitiendo únicamente el tránsito de transporte público (gratuito ese día), taxis y servicios de emergencia. El efecto inmediato es una ciudad sumamente tranquila, sin ruidos de tráfico, con el aire más limpio y miles de personas caminando y pedaleando por lugares donde normalmente dominarían los coches. Asimismo, en cientos de ciudades europeas se llevan a cabo eventos similares en el marco de la Semana Europea de la Movilidad. Desde 1998, este movimiento ha ido creciendo y ha llegado a incluir hasta 1.500 ciudades participantes en 2005, muchas de ellas en España. Esto muestra un claro deseo de las poblaciones europeas de recuperar sus calles para la convivencia, priorizando la seguridad vial, el medio ambiente y la calidad de vida sobre cualquier supuesto “derecho” al ruido o la velocidad. Cabe recordar que en El Puerto también se llevaron a cabo experiencias similares, promovidas por la FLAVE, donde se realizaban domingos sin coches.

•    América Latina: un caso emblemático es Bogotá (Colombia). En los años 70, la ciudadanía bogotana decidió tomar las calles para las bicicletas y el deporte. Aquello empezó como La Gran Manifestación del Pedal en 1974, donde miles de personas pudieron rodar por las calles en bicicleta, patines o a pie sin temor a ser atropelladas. De esa semilla nació la Ciclovía de Bogotá, un evento recreativo que hoy abarca 127 kilómetros de vías cada domingo y festivo, cerradas al tráfico motorizado de 7 de la mañana a 2 de la tarde. Más de un millón de personas participan semanalmente en esta iniciativa que ha demostrado que unas calles sin ruido de motores también generan economía (ventas de comida, comercio local), pero sobre todo, fomentan la salud, el deporte y la comunidad.

•    Asia: en India, donde también abundan las motocicletas, varias ciudades adoptaron iniciativas inspiradas en Bogotá. Por ejemplo, la región de Delhi implementó el Raahgiri Day, un evento semanal de “calles abiertas” que ha permitido a la ciudadanía reclamar sus calles para las personas y no para los coches. Este movimiento se volvió tan popular que, en solo cinco años, se extendió a 72 ciudades de 18 estados de India. Cada Raahgiri llena las avenidas, normalmente congestionadas, de familias caminando, ciclistas, actividades culturales y deportivas. El resultado: ciudades más seguras los domingos, ciudadanía más consciente y una promoción activa del transporte sostenible.
•    África: también en el continente africano encontramos ejemplos inspiradores. Addis Abeba (Etiopía) lanzó en 2018 una iniciativa llamada “Menged Le Sew” (que significa “Calles para la Gente”), siguiendo los modelos latinoamericanos. Durante estos días sin coche, las calles de la capital se cierran al tráfico motorizado y se abren a la ciudadanía para disfrutar de ciclismo, deportes, arte y música al aire libre.
La idea pronto se extendió a otras ciudades etíopes e incluso recibió apoyo nacional. Esta experiencia no solo ofrece un respiro de ruido y contaminación, sino que ha aportado cohesión social – familias enteras saliendo a las calles en un ambiente seguro – y ha impulsado políticas permanentes, como la construcción de ciclovías y la reducción de la velocidad vehicular.
Estos ejemplos nos demuestran que, con voluntad política y ciudadana, se puede pasar de la anarquía motorizada a la fiesta comunitaria en las calles.


¿Qué modelo de ciudad queremos para el futuro?
Con estos ejemplos en mente, es momento de hacer una pausa y reflexionar colectivamente. La motorada, tal como existe hoy, nos obliga a preguntarnos qué tipo de ciudad queremos ser. ¿Queremos que El Puerto sea recordado cada año como un lugar de caos, ruido y peligro? ¿Un sitio donde por unas horas de “fiesta” se sacrifican el descanso y la seguridad de miles de personas? ¿O aspiramos a que El Puerto sea más sostenible, más tranquilo y habitable, que se sume a las ciudades modernas que ponen a las personas en el centro?
No se trata de estar en contra de las motos ni de las celebraciones. Podemos amar el motociclismo y a la vez exigir responsabilidad y sentido común. Podemos buscar formas alternativas de celebrar la pasión por las dos ruedas que no impliquen convertir nuestras calles en pistas de carreras ni nuestros barrios en escenarios de insomnio e inseguridad.
Pero además, hay razones aún más profundas para cuestionarnos esta situación.


Criar en un ambiente seguro y saludable
Quienes crían a niñas y niños en nuestra ciudad saben bien lo que significa vivir un fin de semana de motorada: no poder dormir, no poder jugar tranquilamente en la calle, sentir miedo ante los ruidos violentos que irrumpen a cualquier hora del día o de la noche.
La infancia necesita entornos de seguridad, de calma y de previsibilidad, no espacios saturados de sobresaltos, contaminación acústica y riesgos viales. Estamos enviando un mensaje contradictorio si, por un lado, promovemos campañas de educación vial en las escuelas, y por otro lado permitimos espectáculos públicos donde la norma parece ser la temeridad y el desorden.


Personas neurodivergentes y con movilidad reducida: una ciudad debe ser inclusiva
La situación es aún más preocupante para aquellas personas neurodivergentes, especialmente para quienes están dentro del espectro autista. Para muchas de ellas, el ruido súbito y descontrolado supone una experiencia de estrés extremo, que puede desencadenar crisis, episodios de pánico o desorientación.
También personas con hiperacusia, ansiedad, trastornos del procesamiento sensorial o epilepsia se ven gravemente afectadas en esos días. Además, las personas usuarias de silla de ruedas no pueden siquiera cruzar la calle en grandes áreas de la ciudad debido las barreras que se añaden a los pasos de cebra.
¿Es justo organizar eventos urbanos que, en vez de incluir, excluyen y dañan a una parte importante de nuestra ciudadanía?
Además, el impacto del ruido y la agitación en los animales domésticos también es severo. Muchas familias han visto cómo sus mascotas sufrían ataques de pánico, desorientación o alteraciones del comportamiento a causa del estruendo constante. Perros y gatos —por citar los más comunes— tienen sistemas auditivos mucho más sensibles, y la exposición a explosiones de escape o vibraciones fuertes puede resultarles traumática. En algunos casos, incluso se han producido huidas o episodios de estrés prolongado. El bienestar animal, inseparable del bienestar familiar, también debería ser tenido en cuenta en el diseño y la regulación de los eventos públicos.
Una ciudad verdaderamente moderna y justa debe ser segura y accesible para todas las personas, sin excepciones. El Puerto de Santa María debe aspirar a ser una ciudad donde todas las diversidades encuentren su espacio —no solo durante los eventos oficiales, sino también durante los momentos festivos—.


Contaminación y responsabilidad climática
No podemos obviar tampoco la enorme contradicción que supone, en plena crisis climática global, fomentar actividades basadas en la quema innecesaria de combustibles y materiales. Cada acelerón desmesurado, cada quema de rueda en las calles, no solo deteriora la salud del aire que respiramos, sino que emite contaminantes nocivos, entre ellos partículas de goma quemada que afectan gravemente al medio ambiente y a nuestra propia salud.
Sabemos que las ciudades serán clave en la lucha contra el cambio climático, y no podemos seguir actuando como si tuviéramos un planeta de recambio. ¿Qué ejemplo estamos dando a nuestras hijas e hijos si normalizamos esta cultura del despilfarro, del ruido y de la contaminación gratuita? ¿No deberíamos ser coherentes y apostar por celebraciones que cuiden el planeta que, al fin y al cabo, ellos y ellas tendrán que habitar?


Dar ejemplo para un futuro mejor
Cada elección que hacemos como ciudad envía un mensaje sobre quiénes somos y qué valores defendemos. Queremos ser una comunidad que celebra con responsabilidad, que pone la seguridad, la salud y el bienestar colectivo por encima de cualquier interés inmediato. Queremos dar ejemplo de convivencia, de respeto por el entorno y de compromiso con el futuro. Queremos ser un ejemplo en Europa y no la ciudad de la vergüenza.
No se trata de prohibir el disfrute, sino de reformularlo. Podemos imaginar eventos que celebren la pasión por el motor de forma respetuosa, segura y consciente. Podemos apostar por una ciudad que, en lugar de resignarse al ruido y al desorden, se convierta en un referente de sostenibilidad, de respeto y de inclusión.


Un llamamiento al diálogo y la construcción de alternativas
Esta carta es un llamamiento a la reflexión y al debate abierto. Invitamos a todas las personas de El Puerto —autoridades, comerciantes, peñas moteras, familias, jóvenes, mayores— a dialogar sinceramente sobre este tema. Hablemos sobre las molestias sufridas y los beneficios obtenidos, con datos en la mano y con empatía hacia quienes más padecen los excesos. Preguntémonos si vale la pena, o si ha llegado la hora de evolucionar hacia un modelo de convivencia mejor.
El Puerto de Santa María es una ciudad con un enorme potencial. Tenemos historia, cultura y entornos naturales impresionantes. No necesitamos perpetuar dinámicas del pasado que chocan con el bienestar actual. Al contrario, podemos liderar en Andalucía la transición hacia fiestas y eventos más respetuosos con el entorno urbano, sin perder nuestra esencia festiva.
La ciudad que queremos legar a las próximas generaciones debe ser un lugar donde se viva bien, donde las noches sean apacibles, las calles seguras y las celebraciones inclusivas y civilizadas.
Creemos que mediante el diálogo y la colaboración, sabremos encontrar soluciones. El cambio es posible si hay voluntad. El Puerto lo merece y nuestra ciudadanía también.
Por ello, desde la Plataforma El Puerto para Vivir proponemos abrir un espacio de diálogo ciudadano en las próximas semanas, para que juntas, juntos y en comunidad diseñemos alternativas que construyan el Puerto que nos merecemos”.

 

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