Han quedado en la lejanía los redobles de tambores que anunciaban una semana de pasión y tragedia para el pueblo cristiano. Cuando el Cristo resucitado nos alegraba nuevamente la vida y esperanza, surge la tristeza y el mundo católico -y también el que no lo es- siente la pérdida de su infalible líder, de un Papa del que se alaba el acercamiento que ha conseguido de la iglesia a la ciudadanía. El futuro más cercano espera una fumata blanquecina que nos indique que de nuevo hay un conductor de los creyentes en esta religión para ellos la única verdadera.
Pero la vida sigue y el ciudadano vive estos episodios como compartimentos estancos, con un rostro diferente que exhibir, según las características de los hechos que se presentan. Y estamos en el seno de la alegre vida primaveral. Todo es colorido y nuevo resurgir como el “olmo viejo de Machado” y las puertas de los festejos y cánticos se abren para recibir a la concatenación de ferias que se suceden durante los meses venideros. No somos diferentes, somos conscientes de lo efímero que es el tiempo de vida y de lo dubitativo que está lo que hay al otro lado del muro separativo que es el dejar de existir: la muerte.
Vista muy externa, superficialmente y con visos escondidos de fraude, nuestro país parece vivir un periodo de bienestar y solidaridad no dado previamente. Es fácil de explicar. No hay movilizaciones de masas. Las huelgas empiezan a ser hechos aislados y no bien acogidos y las llamadas “huelgas generales”, que paralizaban toda la nación y el mundo sindical, ya no se dan, señal del contento que al parecer reina en ésta antes llamada “piel de toro” que es algo hoy día visto como blasfemo. Que distinta a una época previa con mandato diferente, en la que se hacían a veces hasta cientos de manifestaciones diarias y se sucedían las locales y las generales con frecuencia desorbitada. Ahora no hay nada que protestar. Ahora sí somos diferentes, como el verso de Campoamor “todo es según el color/del cristal con que se mira” y el cinismo tiene lentes de todos los colores.
Sin ironía diríamos que la supremacía y la capacidad de mando y administración del varón se ha desgastado de tanto caminar por suelos imperativos y corruptos y que es ahora la hembra, la mujer, el ser humano en que depositamos nuestra esperanza de que el mundo desde el particular al universal, puede ser mejor bajo su más razonada batuta. El aire femenino todavía tiene más oxígeno que óxido de carbono. Pero a las ruedas de la diligencia que nos trae esta nueva savia, el machismo les pone todo los “palos” posibles para que no sea totalmente viable su diario rodar. Es el llamado “techo de cristal” conjunto de normas o barreras invisibles -no escritas- que en todo tipo de organizaciones impiden a la mujer tener acceso a puestos de alta dirección.
Es cierto que ha mejorado la desigualdad estructural existente entre hombre y mujer, pero de forma deficiente en los últimos años, sobre todo en los puestos de alta responsabilidad, donde las diferencias son muy marcadas. Como soslayar estos inconvenientes es la tarea presente y futura a seguir. Debe haber una verdadera formación que nos indique la clara igualdad entre los géneros y es siempre necesario que vayan acompañadas de acciones legislativas que la impulsen. Imprescindible una total imparcialidad y transparencia a la hora de exámenes, concursos o elección de cargos de alta valía y responsabilidad. No pueden ser objeto de interferencia ciertas condiciones femeninas, como la maternidad o el cuidado de los hijos y hogar, que el varón debe saber que tienen que ser compartidos. Si no adaptamos las condiciones personales a las profesionales, no tendremos nunca personas con el entusiasmo que las tareas de dirección, gobierno, administración y mando, precisan. La sociedad civil tiene mucho que decir en esta continua promoción que la mujer precisa, y que nunca deben ir separados de la suficiente preparación y experiencia, que podrían menoscabar su actitud.
La historia es algo que debe conocerse no solo con exactitud, sino reconociendo cuáles eran las costumbres y modo de vida de la época que estemos analizando. La “memoria histórica” si no tiene como único sinónimo el ser justa, puede ser el peor de los tóxicos para una vida en cordialidad y solidaridad y si adopta el apellido de “democrática” curiosamente se transforma en el habitáculo de la parcialidad. Falta esta apreciación de la independencia que tiene que tener la relación entre los géneros, en gran parte de los “movimientos femeninos” actuales que reclaman la igualdad de derechos y que parecen más bien el querer solamente reconocer a la mujer, dando la impresión de un rechazo o resentimiento con fondo de color odioso hacia el género masculino.
Somos, nos guste o no, lo que nuestra corteza cerebral -que no tiene mayor extensión distendida, que la posee un folio- es capaz de exhibir y realizar, y ahí no hay superioridad de un género sobre otro, sino sólo distintas cualidades y características que es lo que da mayor riqueza a la evolución continuada, sin el falso progresismo reiteradamente pronunciado y que ha llevado la palabra progreso no al fango -algo que ahora se nombra muy frecuentemente en política-, sino a las letrinas por la descomposición a que ha sido sometida.
Necesitamos como siempre sentido común, olvidar rencores, empezar de cero en cuando a los afectos entre géneros y que sean las cualidades y calidades personales las que triunfen sin distinción entre hombre y mujer, olvidando la prevalencia exagerada hasta ahora del varón y dando paso a una generación de mujeres en las que se tiene la esperanza que converjan hacía un mundo mejor que ilusionadamente esperamos.