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Desde la Bahía

Duda y relativismo

En un país sin independencia de sus ciudadanos todos los muros son rejas, todos los hogares prisiones, todas las instituciones muestran sus grilletes

Publicado: 08/06/2025 ·
13:59
· Actualizado: 08/06/2025 · 13:59
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El relativismo existente en la actualidad es de tal magnitud que ya no se tiene conciencia clara de lo que es cierto o equivoco y la duda nos lleva a cabalgar sin la rienda del conocimiento único, a lomos de un cuadrúpedo que, libre del “bocado de la brida” que representaba el saber, trota alocadamente o descansa impunemente, luciendo su ignorancia y pereza. Sin embargo, las palabras “equivocarse” o “estar equivocado” es algo inadmisible que el ser humano actual no puede permitir que se le señale con ellas, su falta de conocimiento de algún hecho, sin que inmediatamente suelte algún insulto, al par que incide en la frase de que “hay que respetar todas las opiniones”, porque existe un sistema de organización en la sociedad que tiene escrito con letras constitucionales que todos somos iguales. Hay quien quiere que se respeten sus criterios a la hora de repartir alguna prebenda, reconociendo que dos y dos son cinco cuando se trata de recoger, y tres cuando el que recoge es el vecino. El porcentaje que está de acuerdo con esto ha crecido de modo inconmensurable. Pero las equivocaciones existen, aunque el miedo a exponerlas no haya cambiado desde los famosos tercetos de Quevedo: No he de callar, por más que con el dedo/ya tocando la boca, o ya la frente/silencio avises o amenaces miedo; ¿No ha de haber un espíritu valiente?/¿siempre se ha de sentir lo que se dice?/¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Se equivocan los padres, al poner un exagerado cariño en el cuidado de sus hijos para procurar evitarle la casi totalidad de las dificultades que la vida presenta, pero no lo hacen basándose en su experiencia, sino en su miedo. Debieron pedir ayuda -o no la encontraron- en el debido lugar: la escuela o academia y en las personas que las representan: los profesores. Pero dieron más importancia a los criterios no racionales de los hijos que a los de los educadores. También es cierto que la grieta abierta en el montículo de la enseñanza tiene aires de negligencia, no dándose cuenta que en sus aulas tiene que haber plena conciencia de la responsabilidad que contrae, al ser los educadores los indicados para ofrecer y enseñar al alumnado los múltiples episodios que el día a día y la vida presentan, y las posibilidades que tiene el ser humano guiado honestamente de saber solucionarlos. Pero la doctrina también cambia y hoy en día no vale el Ripalda, que ha sido sustituido por los ideales del que tiene la mayoría en el congreso o en la calle. Y no tengo muy claro si mayoría y educación son una mezcla o una combinación.

Proteger a los jóvenes desmesuradamente, anulando por tóxico el término suspenso, es llevar un caracol a una maceta para que no tenga que desplazarse en la búsqueda de los alimentos. Pero el día que al jardinero se le olvide el riego del “tiesto” o ya no le sea rentable, la debilidad hará imposible el poder evitar la caída que toda desnutrición -intelectual- conlleva.

Es el inicio de la dependencia de alguien que nos nutre mientras le interesa, que nos subvenciona, sin importarle que la ignorancia y la pereza se alcen o se posen sobre el pedestal de la personalidad, prefiriendo más la forma que el contenido, el músculo que el córtex, la llama que la madera y nos harán creer que en el horizonte cielo y tierra se unen, negándonos el volar alto que comprueba el engaño y el saber diferenciar entre biosfera, la verdadera vida inteligente y libre y el vacío que es lo que nos proponen.

En un país sin independencia de sus ciudadanos todos los muros son rejas, todos los hogares prisiones, todas las instituciones muestran sus grilletes. Ya nadie cree que la mejor escuela es un hogar decente y que no hay mejores maestros que unos padres honrados, responsables y cariñosos. Tampoco se tiene claro el saber y se hace que se estudie para saber cada día una cosa más, en vez de incidir en saberla mejor. No es tiempo de sumergirse en las profundidades de un mar, sino de nadar, sin ningún método, en una piscina municipal.

Mientras tanto este país sumido en el mayor progreso jamás conocido -así se cuenta- soberbiamente, tiene tan creído que es suprema su oferta a los ciudadanos que ha mandado a construir una nueva Babel, a la que ha denominado conferencia de presidentes, algo de verdadera intuición sublime y sobrenatural -también así se cuenta-, pero tan excelso proyecto no se va a poder llevar a cabo porque no se entienden entre ellos, ante el empecinamiento de cada uno, de hablar lenguas parciales o partidarias despreciando la colectividad del idioma materno. La infidelidad -antes de que existiera tanto criterio antitaurino- llamada “poner los cuernos” se ha puesto de moda y la sufre hasta la Carta Magna.

Que no cierren las escuelas de párvulos, por mucha epidemia de sarampión que exista. Hay un relativismo que tiene mayor número de ineptos que el de bacterias patológicas existentes. Siempre creí que no hay nada más caro que un mal profesor, pero el actual sistema democrático me está haciendo dudar de ello.

Una sociedad competitiva no se consigue por su mayor o menor erudición, por enseñarle mayor número de teoremas, reglas de cálculo o por poseer enorme cantidad de ordenadores o móviles, sino por saber estimular en ella la creatividad, la competitividad y la imaginación. Las guerras con “soldaditos de plomo” eran propias de la infancia. No hagamos “guerras de lenguas o idiomas”, creyéndonos por ello que somos adultos más ponderados.

 

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