A esos paisanos que han convertido en su seña de identidad el continuo lamento de la nostalgia mal interpretada. A los de que la gente que no hace bien las cosas siempre son los demás, pero nunca ellos. A los que la contemplación de un tatuaje en el brazo le recuerda a una furcia, un legionario o un proscrito. A los que postulan la hermandad y la obediencia como pilares de la sociedad, cuando en realidad lo que añoran son la distinción de clases, la discriminación y el abuso de autoridad. A los que confunden un ideal político con un fuero absolutista y reivindican el orden, el respeto y la justicia, como si esos valores fueran patrimonio exclusivo de su marchito pensamiento.
A esos conciudadanos que enarbolan la bandera española como quien alza el pendón de su linaje personal, otorgándose escrituras de propiedad sobre la seña de identidad de un pueblo entero. A los que todavía se aferran al término nación para repudiar los valores históricos-culturales del conjunto de las autonomías, pero excluyen del paquete, la naturaleza de su propia tierra. A esos para los que las personas de bien solo son los que se santiguan al salir a la calle y al pasar por las iglesias. A los que aún no se han enterado de que la educación escolar no tiene nada que ver con el reglazo en la yema de los dedos. A esos catequistas de fe impuesta, que no conciben otros dogmas de esperanza espiritual distintos al que ellos profesan. A quienes no perdonan que un licenciado en Derecho taladre el lóbulo de su oreja por capricho personal para colocarse un zarcillo, o que un graduado superior exhiba una melena hasta los hombros. A los que aún montan en cólera ante la aprobación social de la unión homosexual. A los partidarios de la hebilla de la correa como medicina contra las fechorías. A los que censuran la libertad sexual, pero se les salen los ojos cuando ven dos buenas tetas en la playa. A los que, como si nunca hubieran sido jóvenes, condenan sistemáticamente los hábitos de nuestros adolescentes. A los que conocieron el drama de la emigraron nacional y ahora repudian otras pieles que nos necesitan.
A todos esos ciudadanos, en fin, que se acuestan y se levantan refunfuñando por los problemas que nos afectan y no ven más solución que la mano dura como remedio determinante, quisiera decirles que no conozco persona alguna de buena voluntad que no esté en contra de todo aquello que perturba el ánimo y afecta la sensibilidad y los sentimientos de la gente decente como son la violencia de género, la lacra de la droga, los atentados terroristas, la pedofilia, el tráfico de blanca, las mafias asesinas, el paro, la crisis, la intimidación, el chantaje, las amenazas, la corrupción, la perversión, la prevaricación, el libertinaje, la violación, el crimen, la marginación, la pobreza... Todo ello aturde al conjunto de la ciudadanía, que se rebela sin excepción ante el drama y la tragedia. No solo a quienes alardean de falsa moralidad, criticando un sistema de gobierno democrático, de cuya merced se sirven todos los días del año en beneficio propio.