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Lo que queda del día

Un selfie con el Papa muerto

La gente se hace selfies delante del Papa muerto y las bandas de Semana Santa acumulan groupies que dan la espalda a Jesús

Publicado: 26/04/2025 ·
21:28
· Actualizado: 26/04/2025 · 21:28
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  • 25 April 2025, Vatican, Vatican City -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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La dirección de RTVE ha anunciado que a partir de ahora va a emitir las películas de Cine de barrio precedidas de una advertencia: “Las circunstancias contenidas en esta película se enmarcan en una época determinada y deben ser entendidas en el contexto social de dicha época”. Al parecer, hay directivos -y directivas y directives- de la televisión pública a los que les da un poco de asquito que se emitan películas como No desearás al vecino del quinto, El turismo es un gran invento, Juicio de faldas o Las chicas de la cruz roja.

Lo que no queda claro es si con esa advertencia tratan como estúpidos a quienes no conocen esas películas o a quienes se mantienen como fieles seguidores del programa, que no lo hacen por la calidad de sus películas, sino como ejercicio de nostalgia por sí mismo y conscientes de que estos tiempos de ahora no tienen nada que ver con los de entonces, ni tienen por qué ser mejores o peores.

Me pregunto qué decidirán esos mismos directivos la próxima vez que La 2 ose programar El hombre tranquilo. Lo mismo pedirían alguna dimisión, ya que el problema es que el mayor grado de estupidez emana desde los despachos en los que se deciden ese tipo de cosas, al margen de que encontremos más ejemplos en nuestro día a día.

Uno de esos ejemplos tiene que ver con nuestro afán por registrarlo todo todo en nuestros teléfonos móviles. Nos hemos convertido en notarios de una realidad que nos limitamos a observar a través de una pantalla -debe haber miles de excursionistas asiáticos que sólo han visto el coliseo de Roma a través de su cámara de vídeo-. Y en muchos casos por el mero hecho de decir “yo estuve allí”, cuya máxima expresión es el “selfie”, desde el momento en que pasamos a formar parte de esa realidad que registramos, que testifica que estamos allí, para arrogarnos el protagonismo acaparado por la persona o el objeto que registramos, en vez de disfrutar, asistir o grabar en nuestra memoria ese momento.

Ha ocurrido esta semana durante el traslado del féretro del Papa Francisco, con toda esa pródiga extensión de manos alzadas en la plaza de San Pedro, y aferradas a un celular, captando la imagen, por útima vez, de Bergoglio bajo la luz del sol; o durante el velatorio, en el que el personal del Vaticano tuvo que advertir a varias personas, entre ellas una monja, que dejaran de hacerse fotos con el cuerpo yacente del pontífice de fondo: “Sorella, un po' di rispetto”.

Entiendo que son circunstancias incontrolables, y hasta inevitables dentro de la extraordinaria dimensión de un acontecimiento de este tipo -porque ya lo advertía el torero, “hay gente pa tó”-, pero que también quedarán como testimonio de esta época y de la influencia del pontífice. Con Ratzinger no pasó; todo fue sólo solemne.     

Tampoco hace falta tomar como referencia un funeral de interés mundial. Esta misma Semana Santa, una cofradía de Jerez dispuso un equipo de seguridad detrás de su paso de misterio para evitar que se incorporaran al cortejo personas ajenas a la hermandad con el único fin de seguir de cerca y grabar las interpretaciones de la banda de cornetas y tambores que ponía sones a cada chicotá; es decir, dando la espalda a la escena de Jesús tras morir en la cruz para escuchar de cerca a su banda favorita.

La gente se hace selfies delante del Papa muerto y las bandas de Semana Santa acumulan groupies. Así se manifiestan algunos de los signos de nuestro tiempo. E insisto, ni mejores ni peores. Más de 150.000 personas han acudido a presentar sus respetos a quien fuera Su Santidad; hace 142 años, en el lejano Oeste, paseaban de ciudad en ciudad el cadáver de Jesse James, cubierto de cubitos de hielo para que no se descompusiera, con el único fin de que  los que hacían cola delante del salón en el que fue expuesto lo vieran y durmieran tranquilos. El malvado criminal había muerto. Ya sabemos que aquellos tiempos, afortunadamente, no volverán. Ahora, simplemente, tenemos otros motivos para dormir intranquilos.

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