Verdades sobre mentiras

Publicado: 27/04/2025
Desde niños, de una forma inocente, descubrimos que podemos modificar la realidad, cambiando u omitiendo “algunos pequeños detalles” en nuestro beneficio
La historia está plagada de mentiras, falsedades y artimañas utilizadas con muchos y diferentes propósitos. Estafadores, timadores, negociantes sin escrúpulos y personas de dudosa honestidad han practicado desde siempre el sutil arte de la manipulación, para crear una realidad que les resultase más ventajosa.

Hoy en día, las noticias e informaciones de todo lo que nos rodea generan una sensación de ambigüedad permanente, de desconfianza, y nos es cada vez más complicado distinguir lo verdadero de lo falso. La solución a este dilema es difícil, porque todos, sin excepción, hemos aprendido y desarrollado la capacidad de mentir.

Desde niños, de una forma inocente, descubrimos que podemos modificar la realidad, cambiando u omitiendo “algunos pequeños detalles” en nuestro beneficio. Al principio usamos estrategias poco elaboradas, que permiten que adultos y otros compañeros de juego nos desenmascaren fácilmente. Pero el tiempo y la práctica pueden convertirnos en verdaderos expertos en la argucia del embuste. Sí, debemos reconocerlo y hacer autocrítica: todos, sin excepción, mentimos en algún momento. Aunque no debemos justificar la merma de sinceridad que padece el mundo en general y nuestra sociedad en particular, a veces los motivos por los que usamos el engaño pueden tener un buen propósito.

A veces nuestra intención es loable, y simplemente tratamos de no herir o hacer daño a alguien, o mantener unas normas de cortesía. Buen ejemplo de ello es la buena consideración que tenemos con una persona a quien elogiamos por su nuevo vestido o corte de pelo, sin que realmente nos resulte tan bonito o agraciado. En otras ocasiones se busca un falso reconocimiento, como aquellos que aseguran ser supervivientes de un accidente de avión en el que nunca volaron, o haber sobrevivido al colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre, cuando ese fatídico día se hallaban realmente a decenas o cientos de kilómetros de aquel lugar.

También puede utilizarse para evitar un castigo o perjuicio, como cuando alguien nos sorprende “in fraganti” haciendo algo que sabemos que está mal, o que contradice las normas sociales o morales. Excusas como “pensé que esa silla estaba vacía” o “no pensaba que iba a tanta velocidad, señor agente…” explican estas situaciones.

Y, por último, tenemos aquellas circunstancias —ya no justificables— en las que se obtiene beneficio, pero con un perjuicio para la víctima. Esos son los bien llamados “caraduras profesionales”, que sacan partido o se justifican con tergiversaciones y patrañas.

La resonancia magnética funcional nos permite valorar la actividad de una zona del cerebro, la amígdala, que se estimula con la ansiedad, el miedo o la vergüenza que sentimos cuando no decimos la verdad. Curiosamente, lo que se observa en los “mentirosos patológicos” es que en esta región decrece la actividad a medida que potencian y perfeccionan la dudosa cualidad de la falacia. Dicho de otro modo, los verdaderos canallas se desensibilizan y se convierten en auténticos autómatas del engaño, sin sentir ningún malestar por ello. Aun así, a todos nos agrada alguna vez la sensación seductora que nos proporcionan algunas “pequeñas mentirijillas”, o… ¿no han notado nunca el placer de la victoria al hacer trampas para ganar en un juego de mesa en una reunión con amigos?

Y es que todos mentimos…, desde el maestro de la injuria hasta la persona sincera y noble que lo hace de forma cortés y piadosa.

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