Si hace unos meses existía el temor a entrar en un período de estanflación, ahora ha emergido un nuevo fantasma nominado con un horrible palabreja, la estandeflación. Se estaría en la antesala de un escenario de estancamiento acompañado de un crecimiento negativo del nivel general de precios. Esta tendencia bajista se agudiza y se retroalimenta por dos razones: primera, porque la imposibilidad de reducir las tasas de interés por debajo de cero eleva el coste del endeudamiento de los agentes económicos, dispara las bancarrotas empresariales y genera una restricción de liquidez –contracción del crédito que acentúa las fuerzas de la recesión deflacionaria–; segunda, porque las consumidores paralizan sus decisiones de gasto en espera de mayores bajadas de precios.
La deflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario. La cantidad de dinero en circulación crece por debajo de lo que lo hace la economía y, en consecuencia, el nivel general de precios, el IPC, experimenta crecimientos negativos. El problema para España es que no tenemos política monetaria. Desde el ingreso en el euro, el Banco de España no puede emitir dinero. Desde esta perspectiva, si como todo indica, persiste un escenario de contracción del crédito, el fantasma de la deflación se convertirá en una desagradable realidad. Al perro viejo todo le son pulgas y a la economía nacional le pasa eso.