Pocos monarcas han encarnado con tanta coherencia la fusión entre poder y fe como Fernando III. Su figura, celebrada por sus logros militares y políticos, resurge ahora desde una perspectiva más íntima y esencial: la de su profunda espiritualidad. Una reciente biografía escrita por Margarita Cantera Montenegro, doctora en Historia Medieval y profesora en la Universidad Complutense, pone el foco en esa dimensión menos transitada, pero decisiva para comprender al hombre tras la corona.
Fernando III no fue solo el gran unificador de Castilla y León, ni el rey que amplió considerablemente los dominios cristianos durante la Reconquista. Fue, sobre todo, un creyente convencido de que gobernaba por mandato divino. Su fe no era una estrategia cortesana ni una fórmula legitimadora del poder. Era, más bien, la raíz misma de su acción política y militar, la savia de su vida privada y la orientación última de sus decisiones como monarca.
Uno de los aspectos más reveladores que aborda Cantera Montenegro es la profunda devoción mariana del rey. Tras la conquista de Sevilla, las crónicas lo describen como un hombre rendido a la Virgen María. No fue un gesto simbólico: mandó colocar múltiples imágenes de Santa María por la ciudad, un acto de gratitud que habla de una religiosidad sincera y activa. Para él, Sevilla no era solo un territorio recuperado, sino un espacio consagrado a lo sagrado.
Su muerte, ocurrida en Sevilla en 1252, refleja con claridad ese espíritu. Cuentan las fuentes que, al ver entrar al fraile con la Eucaristía, se incorporó en la cama con esfuerzo, se arrodilló, se colocó una soga al cuello en señal de penitencia y tomó la cruz, besándola con lágrimas. Con una vela encendida entre las manos, pidió perdón, elevó los ojos al cielo y encomendó su alma a Dios, mientras los clérigos entonaban el “Te Deum”. Es una imagen poderosa, que condensa en sí misma el legado de un rey que no separaba el poder de la fe.
Canonizado en 1671, Fernando III quedó en la memoria como el arquetipo del monarca justo, piadoso y victorioso. Esta nueva obra lo recupera desde las fuentes originales, pero con un lenguaje accesible que permite al lector contemporáneo asomarse a una figura compleja y luminosa. Más allá del héroe de batallas, emerge un hombre arrodillado ante su Dios, convencido de que el verdadero poder se ejerce desde la humildad.