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Notas de un lector

El juego de la vida

La autora sueca Karin Boye, con un decir denso y cargado de simbolismo, trató de desvelar la complejidad de la existencia humana

Publicado: 29/07/2025 ·
10:15
· Actualizado: 29/07/2025 · 10:15
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Karin Boye (Gotemburgo, 1900 – Alingsas,1941) se erigió como una de las voces más singulares de la poesía moderna sueca. Su obra, marcada por una profunda carga emocional y una exploración del alma humana, se mueve entre las sombras de la desesperanza, la alienación y la lucha por la libertad, sin dejar de tocar los registros más profundos de la belleza y la tragedia. La autora sueca, con un decir denso y cargado de simbolismo, trató de desvelar la complejidad de la existencia humana en una sociedad marcada por las tensiones políticas y sociales de la primera mitad del siglo XX.

La edición de “Brotar duele” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025)acerca, pues, una poesía vanguardista, introspectiva, casiexistencialista. Theodor Kallifatides es el responsable de esta antología comentada, en la que aporta una jugosa interpretación de sus textos, además, de ponernos al día del singular periplo vital de la escritora nórdica. La homosexualidad de Boye marcó, en buena medida, su existencia. Con quince años, “ella descubrió que estaba enamorada de una muchacha, y sabía que nunca llegaría a decírselo. Al contrario, haría lo posible por ocultarlo, lo que sin duda la abocó a odiarse a sí misma. A odia su cobardía, su inclinación”. Por eso, exploró las fronteras de la identidad femenina a través de un prisma de angustia y ansiedad, pero también de una forma de resistencia silente y, a veces, desesperada. En muchos de sus textos, la mujer pareciera no sólo una víctima de lo patriarcal, sino una entidad que lucha con su propia contradicción interna, atrapada entre su deseo de independencia y su incapacidad para alcanzarla. -La homosexualidad no se despenalizó en Suecia hasta 1944, tres años después de su muerte-.

En 1922, agrupó una colección de poemas bajo el título de “Nubes”. En él, ya se apreciaban algunas de las claves líricas que mantendría a lo largo de su corta existencia:“No hay nada como este instante./ La última hora muda de la noche./ No hay pesar que nos abrase/ ni voces que nos convoquen./Ven, toma entre tus dedos
el día/ que se ha ido en un suspiro./ Sí, bien sé que tornas bueno/
cuanto he hecho o he incumplido”. Karin Boye soltaba las riendas del lenguaje para que éste fuera reflejo de la incertidumbre. Sus versos latían al hilo de su propio paisaje emocional, si bien su expresividad se orillaba, en muchas ocasiones, en imágenes que escondían el peso de sus silencios, de ese sentido nihilista que la llevó a suicidarse con tanto sólo cuarenta y un años: “Tienes que llevar coraza/ en el brutal juego de la vida”.

El ritmo y la rima formaron parte de su identidad versal. Carmen Montes ha traducido de manera lúcida esta poesía nada sencilla. En algunos de los textos ha apostado por dotar, también, de rima consonante o asonante sus atinadas versiones. -Cabe recordar, que en 2013, Montes fue galardonada con el Premio Nacional de Traducción al verter al castellano la novela más famosa de Boye, “Kallocaína”-.

Una compilación, en suma, que nos advierte de que el coste de la supervivencia es alto, y que la vida mismaes un campo de batalla donde las cicatrices son inevitables. A través de sus versos, la poetisa dejó una mirada sincera sobre la necesidad de blindarse para resistir. Y la condena de hacerlo: “El día que nos saciamos, ese nunca es el más grande./El día mejor es siempre un día de sed y de hambre”.

 

 

 

 

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