La dramaturga Alma Vidal (Madrid, 2000) es una peculiar voz joven del teatro español. Acaba de estrenar en el madrileño Teatro Pavón ‘El dios de la juventud’, una obra extraña y hermosa, como explica Amalia, uno de los personajes, “es una obra de saltos, de fragmentos, de una cronología desordenada”, un texto de frases brillantísimas, de impacto, de una vanguardia colorista. Trata sobre esa cosa tan incómoda en la vida que consiste en envejecer. El envejecimiento, observado, claro, desde los ojos de la juventud. Y también sobre el suicidio. Amalia ha escrito una obra que considera insuperable y decide poner fin a su vida, porque “solo le queda envejecer”. Pero Amalia es un personaje de una obra de Gonzalo, un joven en permanente estado de ansiedad, con insomnio, que “es adicto al café y agoniza de cansancio”, un héroe trágico obsesionado en convertirse en escritor brillante, pero que se topa permanentemente con aquello que advirtió Jaime Gil de Biedma: “La vida va en serio”.
Teatro dentro del teatro, que mira hacia las mayúsculas de la existencia, el Amor, Dios y la Muerte, pero desarrolladas con un trazo que hace guiños a la comedia y conserva dentro, todavía, las esperanzas de los jóvenes, aunque observadas desde un sentido trágico. Una obra diferente, con un equipo muy joven, que irrumpe en el teatro comercial por el talento que lleva dentro. Y que utiliza los trenes con una habilidad que no se había visto en escena desde el estreno de ‘El cero transparente’, de Alfonso Vallejo, a principios de los 80. El dios de la juventud. “Vivir, vivimos los jóvenes, el resto sobrevive”; “el mayor castigo del hombre es ser consciente de su envejecimiento”. Y el suicidio: “Descubro que antes o después me precipitaré al vacío”; “cuando piensas en matarte, todo te da igual”. Alma Vidal ha empleado dos años para escribir esta obra hermosa e inmensa, llena de ideas, de un teatro exuberante, al que, en próximas piezas, irá poniendo síntesis. Formidable el trabajo de los actores, impresionante. Antonio Hernández Fimia ejecuta un derroche físico con innumerables registros dramáticos. Marta Poveda es una de las mejores intérpretes de teatro clásico de España y actriz excelente para cualquier otra propuesta escénica. Un joven que vio el espectáculo a mi lado, rompió a reír y a llorar en el transcurso de la función. El protagonista, Gonzalo, tiene prisa en acabar su obra. Sabe, como se dice en un momento de la función, que “el talento también envejece”. Sobre todo el talento.