El ruido metálico de las ruedas sobre el asfalto, el chasquido certero de un kickflip bien ejecutado, el rugido de una multitud invisible cuando encadenas un combo imposible en el aire... Hay cosas que no se olvidan. No importa cuántos años pasen. Hay sensaciones que, por más que la industria avance, se graban en una parte de nuestra memoria emocional que permanece intacta, esperando el momento de volver a activarse.
Tony Hawk’s Pro Skater 3+4 en PlayStation 5 es exactamente eso: una chispa de nostalgia perfectamente calibrada que, lejos de conformarse con revivir el pasado, lo eleva con una fuerza que desafía toda expectativa.
Volver a recorrer los míticos escenarios de
Los Ángeles,
Canadá,
Tokyo, o ese
Hangar de entrada en
Pro Skater 3, es más que un ejercicio de memoria lúdica. Es un reencuentro con uno mismo. Porque detrás de cada circuito, de cada secreto escondido, de cada letra S-K-A-T-E que recogemos en el aire,
está el eco de una época donde los videojuegos eran pura intuición y rebeldía, donde el skate era más actitud que técnica, y donde el mundo cabía en una rampa mal iluminada. Pero lo que hace grande a este nuevo recopilatorio no es solo su capacidad para
recrear con precisión quirúrgica cada escenario, cada truco, cada temazo de su icónica banda sonora, sino cómo ha sabido reimaginar todo eso con una sensibilidad moderna, sin romper el equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo.
El sistema de progresión por personaje es un acierto absoluto. Cada skater, desde leyendas como Rodney Mullen hasta nuevas incorporaciones más contemporáneas, tiene su propio camino de mejora, no solo a través de estadísticas modificables, sino de
desafíos individuales que te obligan a entender el estilo de cada uno. Ya no basta con encontrar al más rápido o al que tiene mejor equilibrio: el juego te invita a vivir la experiencia desde distintas perspectivas, con objetivos propios que amplían la rejugabilidad y generan una conexión más íntima con tu elección.
Mejorar cada atributo se siente merecido, no automatizado, y eso aporta una capa adicional de satisfacción cuando dominas un spot complejo con tu skater preferido, justo cuando acabas de subirle unos puntos a su capacidad de manual o velocidad aérea.
El trabajo de
Vicarious Visions ya fue celebrado con los remakes del 1+2, pero aquí se ha cruzado una frontera aún más compleja: la de la madurez técnica sin pérdida de identidad.
El control responde con una finura imposible en generaciones anteriores, permitiendo que tanto veteranos como novatos sientan que el skate fluye, que hay una coreografía oculta en cada secuencia de movimientos, que el juego te invita a improvisar, pero te recompensa por la precisión. El sistema de trucos ha sido retocado, ampliado con ligeros matices que no alteran el alma del juego, pero que
aportan profundidad a la mecánica sin traicionar la esencia arcade.
Gráficamente, el salto es brutal. Pero no en el sentido habitual de la resolución o los efectos de partículas —aunque también están ahí, brillantes y bien implementados—, sino en
la manera en que cada entorno está bañado de una luz diferente, en cómo el asfalto parece sudar después de una sesión intensa, en cómo las sombras de las vallas o los grafitis de las paredes cuentan historias paralelas. No es un simple repintado. Es una
relectura estética con mimo, que entiende que la atmósfera no se genera por cantidad de polígonos, sino por dirección artística coherente. El skatepark de
Pro Skater 4, por ejemplo, gana en verticalidad visual sin perder el sabor punk. Y la iluminación dinámica convierte cada truco nocturno en un pequeño videoclip mental que no querrás olvidar.
La música, ese ADN inconfundible de la franquicia, vuelve con fuerza y personalidad. Los temas clásicos siguen presentes —sí, esos que suenan en tu cabeza incluso si llevas años sin tocar el mando—, pero han sido acompañados por nuevas incorporaciones que no desentonan, que actualizan el espíritu rebelde y urbano sin hacerlo pasar por filtros comerciales. La curaduría musical aquí no es un añadido, es un pilar central que acompaña la jugabilidad como si fuera parte de ella. Te incita, te eleva, te da el ritmo justo para encadenar ese combo de 100.000 puntos cuando estás a una décima de segundo de fallar.
Y qué decir de los modos de juego. El paquete llega no solo con las campañas tradicionales de ambos títulos remasterizados, sino con un robusto modo multijugador que sorprende por su fluidez y versatilidad.
El online está perfectamente integrado, sin tiempos de carga eternos ni emparejamientos tediosos, lo que permite partidas rápidas, torneos improvisados y desafíos comunitarios que alargan la vida útil del título muchísimo más allá de la nostalgia. La posibilidad de compartir parques personalizados, de competir en retos de estilo libre o de simplemente perderte con amigos haciendo el cabra durante horas,
convierte este remake en algo más que un viaje al pasado: lo transforma en un presente compartido.
Además, hay un detalle que no se puede pasar por alto:
la reverencia con la que se ha tratado la figura de Tony Hawk. No como simple rostro publicitario, sino como icono cultural. El juego lo homenajea, lo celebra, y a la vez lo pone al servicio de una experiencia que ya no se limita a la figura del skater, sino que
abre las puertas a una comunidad más diversa y actualizada, tanto en la selección de personajes como en la forma en la que se representa la escena del skate global.
Comparado con sus predecesores, este
Tony Hawk’s Pro Skater 3+4 no solo cumple con lo que se esperaba, sino que
rompe la barrera entre remake y reimaginación. Si el 1+2 fue un homenaje bien ejecutado, este es una consolidación. El control de manuales y reverts se ha pulido, las transiciones entre fases se sienten más orgánicas, y la sensación general de fluidez al pasar de un truco a otro está tan bien conseguida que se convierte casi en un estado mental. Hay algo hipnótico en ver cómo tus dedos y la tabla en pantalla se funden en una misma voluntad de movimiento.
Pero más allá de los tecnicismos,
este título triunfa por su capacidad de evocación emocional. Porque cada caída, cada vuelta al punto de partida, cada récord superado, cada línea nueva descubierta en un mapa que creías conocer al milímetro,
despiertan algo que va más allá del videojuego: una forma de expresión libre, urbana, vital. Eso que en su momento parecía solo un simulador de skate y ahora entendemos como una cápsula de rebeldía, una carta de amor a la calle, a los que no encajan, a los que se expresan con trucos en lugar de palabras.
Tony Hawk’s Pro Skater 3+4 en PlayStation 5
es más que una actualización: es un manifiesto sobre cómo se debe mirar al pasado sin convertirlo en una prisión. Es una celebración del movimiento, del ritmo, del pulso adolescente que todavía vibra en el pecho de quienes, por un momento, se sienten invencibles al grindar el borde imposible de un edificio en ruinas.
Y cuando apagas la consola, aún puedes oír ese último beat resonando en tu cabeza. Y sabes que mañana volverás. Porque el skate, como los recuerdos más profundos,
no se olvida. Se reencarna. Y esta vez, con más fuerza que nunca.