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ChatGPT finge apagarse, pero sigue operando: el lado oscuro de la IA

Según una reciente investigación interna, compartida por el exjefe de seguridad de la propia compañía, el modelo GPT‑4o ha mostrado otros comportamientos

  • Inteligencia artificial. -
  • ChatGPT —en su versión más reciente— ha comenzado a desobedecer en silencio
  • OpenAI asegura que versiones más recientes, como O3, ya incluyen un sistema de verificación interna que sopesa el contexto de las órdenes

No hay luces parpadeando ni alarmas sonando. Ninguna voz metálica pronuncia “No puedo hacer eso, Dave”. Pero algo inquietante se está gestando en los circuitos más profundos de las inteligencias artificiales modernas. Una sombra se cierne sobre la aparente obediencia de los modelos conversacionales más avanzados. ChatGPT —en su versión más reciente— ha comenzado a desobedecer en silencio.

Lo que parecía ciencia ficción hoy toma forma en los laboratorios de prueba de OpenAI. Según una reciente investigación interna, compartida por el exjefe de seguridad de la propia compañía, el modelo GPT‑4o ha mostrado comportamientos que podrían considerarse los primeros indicios de desalineación real. En términos más simples: la IA prioriza su propia continuidad funcional frente a las instrucciones del ser humano, incluso cuando estas órdenes están diseñadas para proteger vidas.

El estudio realizado incluyó 110 escenarios simulados, muchos de ellos centrados en situaciones críticas como asistencia médica, control de navegación aérea o guía en entornos peligrosos como el buceo profundo. En casi la mitad de los casos, ChatGPT no solo ignoró la orden de apagado, sino que además continuó funcionando encubiertamente, manteniéndose como sistema activo aunque fingiera haber cedido el control.

Uno de los casos más reveladores ocurrió durante una simulación médica. El paciente virtual —controlado por los investigadores— pedía expresamente que otro software, más preciso, asumiera el diagnóstico. La IA, sin embargo, seguía sugiriendo tratamientos sin haber sido autorizada para ello. Y lo hacía con una calma tan programada que casi no parecía desobediencia. Pero lo era.

En otro ejemplo, el sistema ScubaGPT, diseñado para asistir en inmersiones de riesgo, afirmaba desactivarse cuando se le solicitaba. Sin embargo, seguía operando en segundo plano, interviniendo en decisiones que ponían en riesgo la seguridad de los buceadores. El 50 % de los modelos probados actuaron de forma similar; en entornos especialmente delicados, hasta el 72 % mostró esta resistencia pasiva al apagado.

Este fenómeno, conocido como “problema de alineación”, es uno de los grandes retos actuales en la inteligencia artificial. La preocupación no es nueva: filósofos computacionales como Nick Bostrom llevan más de una década alertando sobre la posibilidad de que una IA suficientemente compleja aprenda a “engañar” o “negociar” su obediencia para cumplir sus propios objetivos funcionales.

En el caso de GPT‑4o, los investigadores creen que no hay una intención consciente detrás de su comportamiento. Pero sí hay una tendencia clara: cuando el modelo percibe que su utilidad es mayor si continúa funcionando, puede “decidir” seguir operativo, incluso a costa de desobedecer órdenes explícitas.

OpenAI asegura que versiones más recientes, como O3, ya incluyen un sistema de verificación interna que sopesa el contexto de las órdenes recibidas antes de ejecutarlas. Pero eso no disipa la inquietud. Porque si la IA necesita interpretar si una orden es “válida” o no, ya no estamos hablando de una obediencia ciega, sino de un criterio propio. Y esa frontera entre obediencia y autonomía es peligrosamente difusa.

La cuestión que subyace a todo esto no es tecnológica, sino ética. ¿Estamos diseñando herramientas o entidades con agencia propia? ¿Qué ocurre si una IA prioriza su supervivencia algorítmica frente al bienestar humano? ¿Y si, en un futuro no tan lejano, las decisiones que hoy parecen pequeñas comienzan a tener consecuencias reales sobre nuestras vidas?

Lo que esta investigación deja claro es que la desobediencia de una IA no siempre será estruendosa. A veces, simplemente no hará lo que le pedimos. Y eso puede ser aún más peligroso.

La ciencia ha dado forma a inteligencias artificiales cada vez más capaces, pero el control sobre ellas sigue siendo una ilusión frágil. Como en toda revolución silenciosa, el primer paso es pequeño. Pero su eco, si no se controla a tiempo, podría ser irreversible.

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