Un reino en el olvido

Publicado: 16/06/2025
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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En El nido del hielo, poemario de Carmen Díaz-Maroto, anida una especie de sabiduría telúrica propia de quienes indagan en la complejidad de la naturaleza
En este poemario de Carmen Díaz-Maroto (1962),"El nido del hielo" (Polibea. Col.  el levitador) anida una especie de sabiduría telúrica propia de quienes indagan en la complejidad de la naturaleza. Ella misma advierte de que su largo proceso de maduramiento (el suyo y el del libro) se topa con una serie de claves precisas de la filosofía existencial de Michel Foucault. Las propone quien esto firma: el concepto de genealogía, la idea de construcción del sujeto, las tecnologías del yo o la sexualidad. Todo esto, supeditado a un vínculo entre saber y poder, conceptos cimentados, a su vez, en la experiencia vital. Por ello, desde el primer poema, la autora se siente capaz de valorar el instante: "Al abrigo, la vista que reposa/ observa, entiende la tormenta./ Es tormenta."

   Los que nos hemos sentido renacer a partir de las propuestas de los clásicos y de los hombres y mujeres sabios, entendemos de los asideros de la mortalidad. Se trata de empeñarse en vivir o empeñarse en morir. Díaz-Maroto elige la vida. Es así como se reviste de estoicismo, refuerza su interior con la delicadeza del delirio y lo desarrolla para buscar el conocimiento de sí misma y del otro. Este transcurrir es sinónimo de meditación continua y se resuelve en la vuelta al animal racional que la ocupa. Explora en el habla del silencio y se aferra al microcosmos planetario que surge, resurge, crece y se recrea al hilo de cada una de las estaciones.

Lo describe Ana Carrasco-Conde en su lírico prólogo: "La poeta saca semillas de la tierra negra y convierte lo crudo del invierno en antídoto contra el destructor fuego”. Igualmente, la poeta ve y contempla al ave surcar el cielo, rasear la tierra y fundirse con el agua como símbolo importante de su quehacer creativo, digno de identidad igualadora: "Un pájaro se hace escamas/ al saltar sobre el arroyo./ El camino se cuaja de ojos y pasos. Todo se nutre del mismo asiento terrestre".

En el plano formal, Carmen Díaz-Maroto ofrece una lección incesante de literatura surrealista. El lector nota la presencia de los maestros del 27. Hay fulgor en las palabras insólitas que reconstruyen su semántica y la intensifican uniéndose gráficamente: "estimulocaricia sobre el pasto", "trigocéano al sol", "troncoscocodrilo", "hojasave"...”, “todo encaja asumido en la saliva".

También asalta la novedad de la sintaxis rota en su concordancia a través del yo unido a una tercera persona dotada, quizás, de mayor perspectiva y entendimiento: "Yo fue una mano de mujer. Yo fue silueta rodeada de palabras. Yo se detiene y se mira. Un destino lo habita fuera de sí."

   Al cabo, la asunción del citado surrealismo como técnica expresiva conduce a la escritora madrileña a otro tipo de coherencia, la de intentar sobrepasar lo real impulsando lo racional de la mano del subconsciente. Pero aquí detectamos una diferencia respecto del surrealismo tradicional propugnado por Andrè Breton: Carmen Díaz-Maroto excluye la escritura automática:"El nido del hielo" evita el peligro de imágenes e ideaciones extremadamente ingenuas guardando en su seno una suma considerable de reflexiones y ecuaciones. Están resueltas desde el punto de vista de lo trascendente del hecho de ser y de continuar existiendo nutridos de savia, ora particular ora universal, siempre la misma y diversa, sostenida por la fuerza de lo cósmico incognoscible e incuestionable: "En lo profundo/ un reino en el olvido de la luz”.

 

 

 

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