Durante más de un siglo, la comunidad científica se ha devanado los sesos tratando de entender cómo las plantas, esos seres aparentemente silenciosos e inmóviles, logran hablar entre sí cuando algo las amenaza. ¿Acaso susurra una raíz a otra? ¿Se mandan mensajes en clave química? ¿O es su estructura la que vibra, como las cuerdas de un violín vegetal, para transmitir el peligro?
Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de Cornell podría haber dado con la respuesta. Un hallazgo publicado en la revista PNAS no solo desvela el misterio, sino que abre la puerta a una posibilidad que suena a ciencia ficción botánica: que las plantas puedan, algún día, comunicarse con nosotros.
El quid de la cuestión está en algo que no vemos: la presión negativa que recorre el sistema vascular de una planta, una especie de red interna que mantiene el agua circulando desde las raíces hasta las hojas incluso en condiciones extremas de sequía. Cuando esa presión se altera por culpa de un estrés —una mordida de oruga, una sequía repentina, un corte inesperado—, el equilibrio se rompe. Y al romperse, algo ocurre: el líquido interno se agita, se mueve, y con él viajan señales. Algunas son puramente mecánicas, como un golpe transmitido por un resorte; otras, químicas, como una fragancia que alerta del peligro.
Para Vesna Bacheva, la investigadora principal del estudio, este descubrimiento es más que una curiosidad científica. Es la base de un lenguaje vegetal que podríamos aprender a descifrar. “Estamos intentando desarrollar plantas indicadoras que nos digan lo que sienten”, explica. Imaginemos un cultivo que cambia de color si está sediento o que brilla con una luz tenue cuando detecta un ataque. Imaginemos, incluso, que podamos advertirle de una sequía inminente, y que ella responda administrando mejor el agua que tiene. Un diálogo real entre humanos y plantas.
El modelo que ha desarrollado el equipo de Cornell reúne las piezas dispersas de una hipótesis que llevaba décadas sobre la mesa. Algunos científicos apostaban por las hormonas, otros por señales físicas. Este nuevo marco unifica ambos caminos: muestra cómo un cambio de presión —por ejemplo, cuando algo hiere una hoja— dispara una cascada de eventos dentro de la planta. Primero fluye agua a gran velocidad, arrastrando sustancias químicas que alertan al resto del organismo. Luego, se abren canales microscópicos en las células que dejan pasar iones como el calcio, que a su vez activan genes defensivos.
Es un proceso sofisticado y, hasta ahora, poco comprendido. “Sorprende lo incipiente que era nuestra comprensión real del tema”, reconoce Abraham Stroock, coautor del trabajo. La ciencia de cómo una planta reacciona al estrés aún tiene mucho por decir, pero este estudio marca un antes y un después.
Más allá de la fascinación científica, el hallazgo tiene aplicaciones concretas. En un mundo donde la agricultura se enfrenta a climas cada vez más impredecibles, cultivos capaces de avisar cuando algo no va bien pueden marcar la diferencia entre una buena cosecha y una pérdida total. Y no se trata solo de resistencia, sino de empatía vegetal. Aprender a leer sus señales puede enseñarnos también a cuidar mejor de ellas.
Porque quizás las plantas siempre han estado hablando. Solo nos faltaba aprender a escucharlas.