Análisis: The Alters

Publicado: 13/06/2025
No es solo uno de los mejores juegos narrativos del año, sino un experimento emocional con la forma de un videojuego
Imagina despertar, solo, en un mundo que ya no te reconoce… pero donde cada rincón lleva tus huellas. Un desierto alienígena, abrasado por soles desconocidos, que se dobla sobre sí mismo como si te obligara a mirar hacia dentro. Eres Jan Dolski. Un hombre, un nombre, un cúmulo de decisiones pasadas que han desembocado en una nave estrellada y un corazón que late más fuerte por el miedo que por la esperanza.

Lo que te rodea parece muerto, pero en el silencio resuena una idea escalofriante: no estás solo. O mejor dicho, estás con todas las versiones posibles de ti mismo. Así comienza The Alters, el nuevo y deslumbrante experimento narrativo de 11 bit studios, que da un giro rotundo a la ciencia ficción emocional al mezclar supervivencia, gestión y una introspección psicológica brutal dentro de una atmósfera digna de lo mejor de Black Mirror.

Desde los primeros pasos por esa enorme rueda-nave que se convierte en hogar y prisión, sabes que no será un viaje cómodo. The Alters no busca entretenerte con adrenalina fácil, sino hacerte preguntas difíciles disfrazadas de decisiones estratégicas. Y es ahí donde radica su magia.



A diferencia de otros títulos que han coqueteado con la idea de clones o realidades paralelas —pienso en Soma, Observer o incluso ciertos pasajes de The Talos Principle 2—, este juego te obliga a convivir con tus otras versiones. No se trata solo de generar recursos o mantener niveles de energía, sino de lidiar con egos heridos, pasados divergentes y emociones que tú mismo decidiste no sentir en otra vida. Aquí, el conflicto no está afuera, sino dentro de ti.

El trabajo artístico es sutil pero demoledor. Con una estética que remite a producciones como Moon de Duncan Jones o La Llegada de Villeneuve, el equipo de 11 bit studios logra que cada rincón de la base emane personalidad. No hay un solo diseño que parezca genérico.

Los pasillos respiran, los laboratorios cargan una tensión invisible y la simple iluminación marca el estado emocional de una escena con precisión quirúrgica. La ambientación logra, sin artificios, que sintamos el peso del aislamiento y el vértigo de mirar a los ojos a nuestras otras vidas.



En lo jugable, The Alters se enmarca dentro de lo que podríamos llamar “estrategia emocional narrativa”. Tendrás que crear alters, versiones de ti mismo basadas en decisiones clave que no tomaste, y asignarles tareas necesarias para sobrevivir. Pero también tendrás que gestionar sus miedos, rencores, celos, esperanzas truncadas. Cada uno tiene su historia, su visión de ti… y sus propias crisis. ¿Hasta qué punto puedes convivir con un tú que nunca perdió a su padre? ¿O con otro que se convirtió en artista mientras tú elegiste la ingeniería por miedo? El juego plantea dilemas más profundos que muchas novelas contemporáneas.

A nivel mecánico, el título se apoya en una gestión de recursos clara pero nunca banal. Tendrás que construir, reparar y planificar rutas de exploración, pero siempre bajo la presión del reloj biológico y psicológico de los alters. No se trata de números, sino de equilibrio emocional. Si uno de ellos entra en crisis, el trabajo se detiene. Si se siente desplazado, puede sabotear tu avance. Y eso te obliga a enfrentarte al hecho de que tú mismo eres tu peor enemigo… o tu única salvación.

El ritmo está dosificado con inteligencia. No hay picos de acción exagerados ni bajones innecesarios: cada descubrimiento, cada conversación, cada nuevo alter, está diseñado para escalar emocionalmente sin romper la inmersión.



El guion, por momentos, parece más una obra de teatro que un videojuego. Las conversaciones no buscan completar un lore, sino desnudar la psicología del jugador. Y cuando crees que has entendido el sistema, que ya sabes quiénes son tus alters favoritos, el juego te lanza una decisión imposible. No hay respuestas correctas, solo caminos con consecuencias.

El control en PS5 es impecable. La navegación entre menús es fluida, el diseño de interfaz es elegante y sobrio, y el rendimiento técnico se mantiene estable incluso en momentos de mucha carga simultánea. Los gatillos adaptativos se usan con mesura, reforzando la tensión de ciertas tareas críticas o dándole gravedad a acciones aparentemente simples, como abrir una compuerta manual.

La vibración háptica aporta una sutileza muy bien pensada, especialmente en los momentos de introspección o angustia. No es un juego que necesite fuegos artificiales, sino matices, y los entrega con excelencia.

Comparado con títulos similares, The Alters va más allá de las ambiciones de Frostpunk —también de 11 bit studios— al abandonar la macrogestión para centrarse en la microgestión emocional de una conciencia fragmentada.



Si Frostpunk te hacía elegir entre la supervivencia y la ética, aquí debes elegir entre tú y tú mismo. Es menos apocalíptico, pero más humano. Podríamos compararlo con This War of Mine por su carga ética, pero lo cierto es que estamos ante un producto sin comparación directa. The Alters inventa su propia categoría, y lo hace con valentía y un respeto absoluto por la inteligencia del jugador.

La música merece una mención aparte. Sin ser protagonista, funciona como un manto emocional que sostiene cada escena con precisión quirúrgica. Los temas de piano melancólico y las atmósferas de sintetizador ambiental no solo ambientan, sino que enfatizan el peso de cada elección, el silencio entre cada frase y el eco de las decisiones pasadas. Es uno de esos juegos donde querrás quedarte quieto, mirando por la ventana de la nave, solo para escuchar.

Narrativamente, el título es un ejercicio de introspección magistral. La idea de que puedes “crear” versiones de ti mismo para resolver problemas técnicos, emocionales o prácticos se convierte rápidamente en un espejo incómodo. ¿Cuántas veces te has preguntado “qué habría pasado si”? Este juego no te responde, pero te deja vivirlo… y no siempre es bonito.



En resumen, The Alters no es solo uno de los mejores juegos narrativos del año, sino un experimento emocional con la forma de un videojuego. Se atreve a explorar el ego, el trauma, el arrepentimiento y la esperanza sin caer en el dramatismo barato ni en la moralina.

Es un juego exigente, no por su dificultad técnica, sino por su propuesta existencial. Y eso lo convierte en una de las experiencias más maduras y provocadoras que ha llegado a PS5 en mucho tiempo. No es un título para todos, pero sí para quienes buscan algo más que disparos y cinemáticas: una experiencia introspectiva, hermosa y dolorosa a partes iguales, como mirarte al espejo y descubrir que no te reconoces… pero que en el fondo, siempre has estado ahí.



 

© Copyright 2025 Andalucía Información