El Papa Francisco ha muerto a los 88 años tras una prolongada lucha contra un cuadro clínico complejo que se agravó en sus últimos días. El pontífice argentino, hospitalizado en el Policlínico Gemelli de Roma, no respondió a los tratamientos médicos tras sufrir una infección polimicrobiana del tracto respiratorio, según confirmó la Santa Sede en su último comunicado.
Las complicaciones de salud obligaron a los médicos a modificar la terapia y mantenerlo bajo vigilancia intensiva, lo que llevó a la cancelación de su audiencia general prevista para este miércoles. Aunque inicialmente se mantuvo cierta esperanza, su estado no mostró mejoría, culminando en un desenlace que el Vaticano había intentado evitar.
La noticia de su fallecimiento marca el fin de un papado revolucionario, caracterizado por su enfoque reformista y su estilo cercano, que transformó la imagen de la Iglesia Católica en el siglo XXI. Ahora, el mundo no solo llora la pérdida de un líder espiritual, sino de una figura que desafió convenciones y abogó por los más vulnerables.
El proceso de sucesión se activa en medio de un escenario global expectante, mientras Roma—y millones de fieles—se preparan para despedir al primer papa jesuita y no europeo en más de mil años.