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Lunes 28/04/2025
 

El Loco de la salina

Pobrecitos

Los caracoles se diferencian de nosotros en muchas cosas. Tienen la cara mucho más blanda que mucha gente que yo conozco, no tienen que pagar hipoteca (...)

Publicado: 20/04/2025 ·
14:26
· Actualizado: 20/04/2025 · 14:26
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Llevo un mes asomado a la tapia del manicomio y no paro de ver gente pasar con unas mallas amarillas llenas de caracoles que no revientan de puro milagro. ¿Qué está pasando ahí fuera? ¿Qué se les estará pasando por la cabeza a los cuerdos? Además, si pongo un poco de atención, puedo escuchar incluso los lamentos de los pobres caracoles. No hay derecho a que sufran sin necesidad. Los pobrecitos tienen una vida que no es vida y los animalistas no cogen el sueño pensando en el calvario que les espera. Según ellos, los caracoles pueden ser bonitos, feos, babosos, lentos, desesperantes, cansinos…, pero eso no le da a nadie ningún derecho a ocasionarles la muerte más horrorosa que se le puede dar a una persona. Porque el caracol, digan lo que digan, es un prisionero que siente y que padece como cualquiera de nosotros. Es impresionante el martirio que sufren esos seres inofensivos, además de llevar cuernos sin haberse enterado de la película.

Los caracoles se diferencian de nosotros en muchas cosas. Tienen la cara mucho más blanda que mucha gente que yo conozco, no tienen que pagar hipoteca por su casa, aunque no se fían de los okupas y por eso la llevan siempre a cuestas, no tienen prisa ninguna, son más lentos que la burocracia de la administración y por supuesto no están todo el día disparatados con el móvil. Aparte de todo eso, su vida es muy casera y transcurre muy tranquila en invierno, pero ahora en primavera y a comienzos del verano se renueva su viacrucis más espantoso. Sin darles la oportunidad de una cita previa, lo arrancan de su mata campera y de sus apacibles compañeros que tan a gusto estaban tomando el sol, los amontonan dentro de esas odiosas redes amarillas que no permiten escapatoria alguna y les meten un montón de horas de ayuno. Ya sabemos que aguantar las colas que se forman para sacar un papel en el Ayuntamiento es un martirio infinitamente mayor, pero ayunar sin saber cuándo se va a desayunar también lleva lo suyo. Además, cuando los liberan de las bolsas, es para pegarles una limpieza que más quisiera La Isla que le dieran a ella. Luego, sin ningún tipo de piedad, los trasladan a una olla. No conformes con echarlos allí de mala manera ya voleo, montan una severa guardia no vaya a ser que algunos, los más listos, se comporten como muchos políticos yse escapen por donde puedan. Las criaturas se asoman a los bordes de la olla como buscando desesperadamente la libertad, pero un pequeño empujoncito del centinela los devuelve a su caliente piscina. Después comprueban en sus carnes lo que es una constante subida de la temperatura, y no es que los quemen en vida sin más, sino que les van metiendo calor y más calor para que sepan poco a poco lo que es bueno. Y no vayan a creer que aquí acaba el sufrimiento, porque incluso después de muertos los chupetean miserablemente, y, si no salen por sí mismos, los enganchan para sacarlos a la fuerza.

Sin embargo, dicen los científicos que el moco de los caracoles ya era utilizado hace más de 2000 años para tratar el dolor producido por las quemaduras. ¡Qué paradoja! Los animalistas los defienden como pueden, aunque después son los primeros que reclaman al camarero que el tazón de caracoles esté lleno hasta los bordes.

Por todo ello, hoy los locos elevamos desde el manicomio una humilde oración por las almas de estos bichos que sin hacernos ningún daño a los humanos son sometidos a una barbarie sin precedentes. Amén.

 

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